Modelos socioculturales del poder XII
La época del nanosegundo: amnesia de futuro y lugar sin memoria*
La sensación de velocidad produce la paradoja de crear impaciencia, de hacernos sentir que no hay tiempo que alcance. Detenernos en esta época del nanosegundo nos lleva a no sucumbir a la ilusión del capitalismo mundializado. Tener conciencia de su artificio implica la posibilidad de construir una práctica social y política que se plantee como alternativa.
Por Enrique Carpintero**
(para La Tecl@ Eñe)
Quisiera desarrollar brevemente un tema que caracteriza la actualidad de nuestra cultura: el aceleramiento del tiempo subjetivo.
Hace 2.500 años, el filosofo griego Heráclito dejó una gran cantidad de conceptos fragmentarios que han llegado hasta la actualidad. Uno de ellos lo enunció con una metáfora: nunca podemos meternos dos veces en el mismo río porque, cuando entramos por segunda vez, el río habrá cambiado, ya no será el mismo. Lo único constante es el cambio. Sin embargo hoy, el cambio mismo ha cambiado. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se ha acelerado nuestra concepción del tiempo en la relación con nosotros mismos y con los demás.
A lo largo de la historia, el tiempo fue una de las variables importantes en las relaciones humanas, aunque no siempre se lo midió de la misma manera. Hasta el Medioevo a nadie le importaba medir el tiempo en horas y minutos. Recién fue en el siglo XVI, con el inicio del capitalismo incipiente, que las campanas de Nüremberg comenzaron a sonar cada cuarto de hora. En la actualidad podemos caracterizar nuestra época por el nanosegundo. Este es una unidad de tiempo que se usa en la física cuántica, equivalente a la mil millonésima parte de un segundo. Pareciera que no alcanza para medir el tiempo con las horas y los segundos. Debemos medirlo en nanosegundos. Todo debe ser ya y cuando llegó es tarde. Tenemos la impresión que los días pasan a la velocidad de un nanosegundo. Sin darnos cuenta finaliza un año en el que nos quedaron muchas cosas sin hacer. La sensación de velocidad produce la paradoja de crear impaciencia, de hacernos sentir que no hay tiempo que alcance. Por ello, la ansiedad es uno de los síntomas de nuestra época.
Es que nuestra subjetividad esta construida en una cultura donde el aceleramiento es adecuado para consumir en el mercado de compra y venta en que se ha transformado nuestra sociedad. No es importante lo que se compra, lo que interesa es comprarlo. La consigna es “compre ya”. Puede ser un sacacorchos automático, un curso acelerado de yoga, diez sesiones para curar una fobia, o un psicofármaco de última generación. Lo importante es no detenernos. No detenernos para encontrarnos con el otro. No detenernos para pensar. No detenernos para conocer nuestro deseo. Algunos dirán: para qué detenernos si hay un sistema que nos ofrece todo lo que necesitamos. Uno de los logros que destaca el “modelo” del actual gobierno de Cristina Kirchner es el aumento del consumo. Pero en realidad éste es el problema: no es que necesitemos lo que nos ofrecen, sino que porque lo ofrecen, lo necesitamos.
El escritor Don DeLillo sitúa el comienzo de este aceleramiento subjetivo del tiempo en la década del noventa. Ésta es la década en que se afirmó mundialmente la hegemonía del capital financiero. Es la década del pensamiento único de este capitalismo llamado neoliberal. El objetivo era obtener ganancias rápidas y fáciles. Pero también fue la década del dinero virtual, de las empresas PuntoCom. Internet se transformó en el medio para invertir dinero a través de agencias que cotizaban en la bolsa de valores. Para ello, era necesario tener datos que cambiaban continuamente. Se ganaba y perdía dinero rápidamente, sentado cómodamente frente a una computadora. Por supuesto, cuando explotó la burbuja virtual, pocos ganaron y muchos perdieron. Luego explotó la burbuja hipotecaria en EEUU y también pocos ganaron y muchos perdieron. Ahora explotó la burbuja financiera en España, Portugal y Grecia y se esta decidiendo los pocos que ganan y los muchos que pierden.
Esta cultura de la velocidad abarca el conjunto de las relaciones cotidianas donde lo único importante es un futuro permanente. En la perspectiva postmoderna la historia ha llegado a su fin. El pasado no tiene más importancia. Todo es viejo y pasado de moda. Como dice Don DeLillo siempre hay que ir para adelante, nunca atrás. La duda que nace de la experiencia del pasado ha sido eliminada. Su resultado es haber “inventado una nueva teoría del tiempo. Ésta es la amnesia del futuro. Un lugar sin memoria”.
Sin embargo la memoria aparece. Lo que no queremos recordar interrumpe nuestra velocidad y nos detiene. Quizás, sin saberlo, los excluidos de este sistema encontraron un método: el piquete. Comenzaron los obreros desocupados cortando una calle o una ruta; siguieron los estudiantes, los maestros, los obreros ocupados, aquellos que piden por viviendas dignas, los vecinos de los barrios y de las ciudades del interior. Queremos llegar a un lugar y no podemos. Debemos mirarlos. Es la forma de hacer visible la invisibilidad de diferentes contradicciones sociales. Es allí donde el futuro se encuentra con la memoria de un presente que no se puede negar. Aunque siempre existe la posibilidad de huir para adelante. Sin embargo hay hechos a nivel mundial cuya significación no puede soslayarse. Debemos detenernos y observar qué está ocurriendo. La alta desocupación de los jóvenes en Europa y los países árabes los lleva a ocupar las calles de las grandes ciudades[1]. Los excluidos de los llamados países emergentes se hacinan en las fronteras de Europa y EEUU. Pero es en el hipertecnológico Japón donde el terremoto y posterior tsunami pone en evidencia la fragilidad de la tecnología nuclear producto de la codicia de las empresas constructoras. Los reactores de Fukushima continúan diariamente contaminando los mares. Aunque se ha dejado de hablar sobre el tema sus consecuencias todavía son impensables para el ecosistema mundial.
Hay un aforismo que dice: lo que ves es lo que tienes delante de los ojos, no lo que imaginas que estas viendo o lo que deseas. Lo que ves es lo que ves y nada más que lo que ves como nos recuerda René Magritte: una pipa pintada, reconocible no es una pipa, son unas líneas y pigmentos de diferentes colores dispuestos sobre una tela de tal forma que nos provoca una ilusión visual. Detenernos en esta época del nanosegundo nos lleva a no sucumbir a la ilusión del capitalismo mundializado. Tener conciencia de su artificio implica la posibilidad de construir una práctica social y política que se plantee como una alternativa basada en la alegría de lo necesario.
*Este artículo esta basado en el editorial “La época del nanosegundo” de la revista Topía Nº 38, abril de 2003.
**Psicoanalista, escritor y director de la revista y la editorial Topía
enrique.carpintero@topia.com.ar
[1] Sobre este tema leer “Una rebelión conmueve al mundo”, compilador Mario Hernandez, Separata de la revista Topía, Nº 61, abril-julio 2011.
La época del nanosegundo: amnesia de futuro y lugar sin memoria*
La sensación de velocidad produce la paradoja de crear impaciencia, de hacernos sentir que no hay tiempo que alcance. Detenernos en esta época del nanosegundo nos lleva a no sucumbir a la ilusión del capitalismo mundializado. Tener conciencia de su artificio implica la posibilidad de construir una práctica social y política que se plantee como alternativa.
Por Enrique Carpintero**
(para La Tecl@ Eñe)
Quisiera desarrollar brevemente un tema que caracteriza la actualidad de nuestra cultura: el aceleramiento del tiempo subjetivo.
Hace 2.500 años, el filosofo griego Heráclito dejó una gran cantidad de conceptos fragmentarios que han llegado hasta la actualidad. Uno de ellos lo enunció con una metáfora: nunca podemos meternos dos veces en el mismo río porque, cuando entramos por segunda vez, el río habrá cambiado, ya no será el mismo. Lo único constante es el cambio. Sin embargo hoy, el cambio mismo ha cambiado. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que se ha acelerado nuestra concepción del tiempo en la relación con nosotros mismos y con los demás.
A lo largo de la historia, el tiempo fue una de las variables importantes en las relaciones humanas, aunque no siempre se lo midió de la misma manera. Hasta el Medioevo a nadie le importaba medir el tiempo en horas y minutos. Recién fue en el siglo XVI, con el inicio del capitalismo incipiente, que las campanas de Nüremberg comenzaron a sonar cada cuarto de hora. En la actualidad podemos caracterizar nuestra época por el nanosegundo. Este es una unidad de tiempo que se usa en la física cuántica, equivalente a la mil millonésima parte de un segundo. Pareciera que no alcanza para medir el tiempo con las horas y los segundos. Debemos medirlo en nanosegundos. Todo debe ser ya y cuando llegó es tarde. Tenemos la impresión que los días pasan a la velocidad de un nanosegundo. Sin darnos cuenta finaliza un año en el que nos quedaron muchas cosas sin hacer. La sensación de velocidad produce la paradoja de crear impaciencia, de hacernos sentir que no hay tiempo que alcance. Por ello, la ansiedad es uno de los síntomas de nuestra época.
Es que nuestra subjetividad esta construida en una cultura donde el aceleramiento es adecuado para consumir en el mercado de compra y venta en que se ha transformado nuestra sociedad. No es importante lo que se compra, lo que interesa es comprarlo. La consigna es “compre ya”. Puede ser un sacacorchos automático, un curso acelerado de yoga, diez sesiones para curar una fobia, o un psicofármaco de última generación. Lo importante es no detenernos. No detenernos para encontrarnos con el otro. No detenernos para pensar. No detenernos para conocer nuestro deseo. Algunos dirán: para qué detenernos si hay un sistema que nos ofrece todo lo que necesitamos. Uno de los logros que destaca el “modelo” del actual gobierno de Cristina Kirchner es el aumento del consumo. Pero en realidad éste es el problema: no es que necesitemos lo que nos ofrecen, sino que porque lo ofrecen, lo necesitamos.
El escritor Don DeLillo sitúa el comienzo de este aceleramiento subjetivo del tiempo en la década del noventa. Ésta es la década en que se afirmó mundialmente la hegemonía del capital financiero. Es la década del pensamiento único de este capitalismo llamado neoliberal. El objetivo era obtener ganancias rápidas y fáciles. Pero también fue la década del dinero virtual, de las empresas PuntoCom. Internet se transformó en el medio para invertir dinero a través de agencias que cotizaban en la bolsa de valores. Para ello, era necesario tener datos que cambiaban continuamente. Se ganaba y perdía dinero rápidamente, sentado cómodamente frente a una computadora. Por supuesto, cuando explotó la burbuja virtual, pocos ganaron y muchos perdieron. Luego explotó la burbuja hipotecaria en EEUU y también pocos ganaron y muchos perdieron. Ahora explotó la burbuja financiera en España, Portugal y Grecia y se esta decidiendo los pocos que ganan y los muchos que pierden.
Esta cultura de la velocidad abarca el conjunto de las relaciones cotidianas donde lo único importante es un futuro permanente. En la perspectiva postmoderna la historia ha llegado a su fin. El pasado no tiene más importancia. Todo es viejo y pasado de moda. Como dice Don DeLillo siempre hay que ir para adelante, nunca atrás. La duda que nace de la experiencia del pasado ha sido eliminada. Su resultado es haber “inventado una nueva teoría del tiempo. Ésta es la amnesia del futuro. Un lugar sin memoria”.
Sin embargo la memoria aparece. Lo que no queremos recordar interrumpe nuestra velocidad y nos detiene. Quizás, sin saberlo, los excluidos de este sistema encontraron un método: el piquete. Comenzaron los obreros desocupados cortando una calle o una ruta; siguieron los estudiantes, los maestros, los obreros ocupados, aquellos que piden por viviendas dignas, los vecinos de los barrios y de las ciudades del interior. Queremos llegar a un lugar y no podemos. Debemos mirarlos. Es la forma de hacer visible la invisibilidad de diferentes contradicciones sociales. Es allí donde el futuro se encuentra con la memoria de un presente que no se puede negar. Aunque siempre existe la posibilidad de huir para adelante. Sin embargo hay hechos a nivel mundial cuya significación no puede soslayarse. Debemos detenernos y observar qué está ocurriendo. La alta desocupación de los jóvenes en Europa y los países árabes los lleva a ocupar las calles de las grandes ciudades[1]. Los excluidos de los llamados países emergentes se hacinan en las fronteras de Europa y EEUU. Pero es en el hipertecnológico Japón donde el terremoto y posterior tsunami pone en evidencia la fragilidad de la tecnología nuclear producto de la codicia de las empresas constructoras. Los reactores de Fukushima continúan diariamente contaminando los mares. Aunque se ha dejado de hablar sobre el tema sus consecuencias todavía son impensables para el ecosistema mundial.
Hay un aforismo que dice: lo que ves es lo que tienes delante de los ojos, no lo que imaginas que estas viendo o lo que deseas. Lo que ves es lo que ves y nada más que lo que ves como nos recuerda René Magritte: una pipa pintada, reconocible no es una pipa, son unas líneas y pigmentos de diferentes colores dispuestos sobre una tela de tal forma que nos provoca una ilusión visual. Detenernos en esta época del nanosegundo nos lleva a no sucumbir a la ilusión del capitalismo mundializado. Tener conciencia de su artificio implica la posibilidad de construir una práctica social y política que se plantee como una alternativa basada en la alegría de lo necesario.
*Este artículo esta basado en el editorial “La época del nanosegundo” de la revista Topía Nº 38, abril de 2003.
**Psicoanalista, escritor y director de la revista y la editorial Topía
enrique.carpintero@topia.com.ar
[1] Sobre este tema leer “Una rebelión conmueve al mundo”, compilador Mario Hernandez, Separata de la revista Topía, Nº 61, abril-julio 2011.
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