(para La Tecl@ Eñe)
“En cuanto artistas estamos prestos a comprometernos por una sociedad que sea digna de nuestros servicios, pero rehusamos hacerlo tanto en una sociedad decadente y burguesa del Occidente como en la abominable tiranía del Este. Cuando se quiere crear es necesario destrozar; y el agente de destrucción en la sociedad es el poeta. A mi juicio el poeta es necesariamente un anarquista y debe oponerse a todas las concepciones organizadas del Estado, no sólo a las que heredamos del pasado, sino igualmente a aquellas otras que se nos imponen en nombre del futuro.”
Herbert Read
“Una manzana puede ser tan revolucionaria como una pistola.”
Pablo Picasso
I
Todo arte es político, sería sumamente ingenuo sostener lo contrario. Ningún acontecimiento que tenga lugar en la “polis” puede escapar a lo político, todo acontecimiento público es en sí mismo un hecho cívico o, por lo menos, pasible de ser interpretado como tal. Con la literatura no ocurre algo diferente. Los mismos entramados simbólicos, los mismos esquemas de valores, juicios e ideologías que atraviesan la sociedad como sistema, inevitablemente, estarán presentes en el universo literario. Como es sabido, el campo intelectual y el mercado editorial, entre otros, contribuyen y han contribuido a la formación de gustos y opiniones, legitimando el sospechado canon literario y ampliándolo según las conveniencias del momento. Ser funcional o refractario a esa dinámica es el verdadero dilema a analizar, el nudo de la cuestión que presentamos. Asimismo, ser funcional o refractario al orden cultural y político imperante es la decisión que debe tomar todo escritor, artista o intelectual en algún momento de su vida.
El “dasein”, ese ser arrojado al mundo del que hablaba Heiddeger, no tiene más opción que comprometerse con su fatalidad, hacerse carne en ella. De esto podemos inferir que nuestra tragedia como seres gregarios es precisamente la de ser también sujetos políticos, sujetos que buscamos realizarnos en un campo codificado ni bien tomamos conciencia de la pugna que supone vivir en sociedad. El existencialismo sartreano tenía muy presente estos conceptos al hablar de compromiso. En definitiva, Sartre nos hablaba de responsabilidad, es decir, de ética. El escritor debe estar comprometido con su época y con una estética que pueda dar cuenta de esa época. Escribir es comprometerse y la literatura, admitiéndola finalmente como un discurso específico, no será nunca inocente en relación a otros discursos. Aquel que usa la palabra porta un arma: la literatura es un polígono de tiro.
II
El escritor debe asumir entonces un doble compromiso. En primer lugar con su visión de mundo, con su conjunto de ideas y valores (compromiso ético). En segundo lugar con su escritura, vale aclarar, con aquellos materiales y recursos que la mantengan viva (compromiso estético). Ambos compromisos se nutren mutuamente y forman uno solo. Subordinar la creación literaria a una determinada ideología sería más o menos degradarla al nivel de instrumento, de vehículo propagandístico, volverla ancilar. Subordinar la ideología a una serie de postulados estéticos sería probablemente asesinarla.
El escritor doblemente comprometido parte del supuesto que hemos querido sopesar: tanto la literatura en particular como el arte en general (y creo haberlo dicho en otro artículo) son artificios subversivos. Se presenta así un escenario que tiene a la sociedad por un lado, intentando absorber y transformar en mercancía la obra de arte, y por el otro lado, la obra de arte ofreciendo resistencia. El hecho literario es un hecho social, pero también una realidad autónoma y para conservar su independencia de la sociedad que pretende cosificarlo no debe descuidar aquello que garantiza su autonomía, esto es, su discurso. Adorno sostenía que, ya el discurso realista, ya el panfletario, en literatura, no sirven como discursos disidentes en la medida en que se presuponga que la literatura tiene algo que decir. Si la obra dice, ya está derrotada. Por lo tanto, cuanto menos dice en forma explícita, cuanto más expresa en ese otro lenguaje que no es el ordinario, más resistencia ofrece al medio que quiere doblegarla. Adorno es muy claro en lo que sigue:
"El arte es algo social, sobre todo por su oposición a la sociedad, oposición que adquiere sólo cuando se hace autónomo. Lo que el arte aporta a la sociedad no es su comunicación con ella, sino algo más mediato, su resistencia, en la que se reproduce el desarrollo social gracias a su propio desarrollo estético aunque éste ni imite a aquél"
III
El entrecruzamiento entre política y literatura, en nuestro país, comienza con las primeras obras publicadas. “El matadero”, “Facundo”, “Amalia” son claros ejemplos de una literatura que tenía una finalidad política confesa expresada en su carácter de denuncia. El siglo XX
tendrá en exponentes como Rodolfo Walsh o el recientemente fallecido David Viñas reconocidos cultores de un discurso literario evidentemente cimentado en lo político. Podríamos mencionar también a Juan Gelman en muchos de sus poemas o mismo al Manuel Puig de “El beso de la mujer araña”. Pero también podemos encontrar expresiones políticas (y de esto se trata este artículo) en “Rayuela” de Cortázar, en “Sudeste” de Haroldo Conti, en los poemas de Néstor Perlongher, en “El limonero real” de Juan José Saer, en la novelas y cuentos de Abelardo Castillo, etc, etc. La literatura será política siempre ya que la lectura política es una lectura ineludible dentro de las tantas posibles. Pero será, además, políticamente disidente cuando el escritor que la escriba asuma el doble compromiso estético y ético del que hablamos más arriba. Siempre habrá marcas, por más sutiles que parezcan, que la muestren como discurso divergente, agonista, enfrentado al status quo no sólo literario, sino también a aquel otro de orden económico y social.
Para concluir, debo reconocer que no creo que exista una manera más cabal de entender la literatura que no sea dentro de un marco político, es virtualmente imposible eximirla de ese contexto, aun si se pretende un análisis eminentemente formal. Asimismo, creo que la creación literaria tiene misterios que trascienden, en un primer momento, la esfera de lo político. El resultado será directamente proporcional al hombre que esté detrás de las cuartillas.
*Poeta y ensayista
“En cuanto artistas estamos prestos a comprometernos por una sociedad que sea digna de nuestros servicios, pero rehusamos hacerlo tanto en una sociedad decadente y burguesa del Occidente como en la abominable tiranía del Este. Cuando se quiere crear es necesario destrozar; y el agente de destrucción en la sociedad es el poeta. A mi juicio el poeta es necesariamente un anarquista y debe oponerse a todas las concepciones organizadas del Estado, no sólo a las que heredamos del pasado, sino igualmente a aquellas otras que se nos imponen en nombre del futuro.”
Herbert Read
“Una manzana puede ser tan revolucionaria como una pistola.”
Pablo Picasso
I
Todo arte es político, sería sumamente ingenuo sostener lo contrario. Ningún acontecimiento que tenga lugar en la “polis” puede escapar a lo político, todo acontecimiento público es en sí mismo un hecho cívico o, por lo menos, pasible de ser interpretado como tal. Con la literatura no ocurre algo diferente. Los mismos entramados simbólicos, los mismos esquemas de valores, juicios e ideologías que atraviesan la sociedad como sistema, inevitablemente, estarán presentes en el universo literario. Como es sabido, el campo intelectual y el mercado editorial, entre otros, contribuyen y han contribuido a la formación de gustos y opiniones, legitimando el sospechado canon literario y ampliándolo según las conveniencias del momento. Ser funcional o refractario a esa dinámica es el verdadero dilema a analizar, el nudo de la cuestión que presentamos. Asimismo, ser funcional o refractario al orden cultural y político imperante es la decisión que debe tomar todo escritor, artista o intelectual en algún momento de su vida.
El “dasein”, ese ser arrojado al mundo del que hablaba Heiddeger, no tiene más opción que comprometerse con su fatalidad, hacerse carne en ella. De esto podemos inferir que nuestra tragedia como seres gregarios es precisamente la de ser también sujetos políticos, sujetos que buscamos realizarnos en un campo codificado ni bien tomamos conciencia de la pugna que supone vivir en sociedad. El existencialismo sartreano tenía muy presente estos conceptos al hablar de compromiso. En definitiva, Sartre nos hablaba de responsabilidad, es decir, de ética. El escritor debe estar comprometido con su época y con una estética que pueda dar cuenta de esa época. Escribir es comprometerse y la literatura, admitiéndola finalmente como un discurso específico, no será nunca inocente en relación a otros discursos. Aquel que usa la palabra porta un arma: la literatura es un polígono de tiro.
II
El escritor debe asumir entonces un doble compromiso. En primer lugar con su visión de mundo, con su conjunto de ideas y valores (compromiso ético). En segundo lugar con su escritura, vale aclarar, con aquellos materiales y recursos que la mantengan viva (compromiso estético). Ambos compromisos se nutren mutuamente y forman uno solo. Subordinar la creación literaria a una determinada ideología sería más o menos degradarla al nivel de instrumento, de vehículo propagandístico, volverla ancilar. Subordinar la ideología a una serie de postulados estéticos sería probablemente asesinarla.
El escritor doblemente comprometido parte del supuesto que hemos querido sopesar: tanto la literatura en particular como el arte en general (y creo haberlo dicho en otro artículo) son artificios subversivos. Se presenta así un escenario que tiene a la sociedad por un lado, intentando absorber y transformar en mercancía la obra de arte, y por el otro lado, la obra de arte ofreciendo resistencia. El hecho literario es un hecho social, pero también una realidad autónoma y para conservar su independencia de la sociedad que pretende cosificarlo no debe descuidar aquello que garantiza su autonomía, esto es, su discurso. Adorno sostenía que, ya el discurso realista, ya el panfletario, en literatura, no sirven como discursos disidentes en la medida en que se presuponga que la literatura tiene algo que decir. Si la obra dice, ya está derrotada. Por lo tanto, cuanto menos dice en forma explícita, cuanto más expresa en ese otro lenguaje que no es el ordinario, más resistencia ofrece al medio que quiere doblegarla. Adorno es muy claro en lo que sigue:
"El arte es algo social, sobre todo por su oposición a la sociedad, oposición que adquiere sólo cuando se hace autónomo. Lo que el arte aporta a la sociedad no es su comunicación con ella, sino algo más mediato, su resistencia, en la que se reproduce el desarrollo social gracias a su propio desarrollo estético aunque éste ni imite a aquél"
III
El entrecruzamiento entre política y literatura, en nuestro país, comienza con las primeras obras publicadas. “El matadero”, “Facundo”, “Amalia” son claros ejemplos de una literatura que tenía una finalidad política confesa expresada en su carácter de denuncia. El siglo XX
tendrá en exponentes como Rodolfo Walsh o el recientemente fallecido David Viñas reconocidos cultores de un discurso literario evidentemente cimentado en lo político. Podríamos mencionar también a Juan Gelman en muchos de sus poemas o mismo al Manuel Puig de “El beso de la mujer araña”. Pero también podemos encontrar expresiones políticas (y de esto se trata este artículo) en “Rayuela” de Cortázar, en “Sudeste” de Haroldo Conti, en los poemas de Néstor Perlongher, en “El limonero real” de Juan José Saer, en la novelas y cuentos de Abelardo Castillo, etc, etc. La literatura será política siempre ya que la lectura política es una lectura ineludible dentro de las tantas posibles. Pero será, además, políticamente disidente cuando el escritor que la escriba asuma el doble compromiso estético y ético del que hablamos más arriba. Siempre habrá marcas, por más sutiles que parezcan, que la muestren como discurso divergente, agonista, enfrentado al status quo no sólo literario, sino también a aquel otro de orden económico y social.
Para concluir, debo reconocer que no creo que exista una manera más cabal de entender la literatura que no sea dentro de un marco político, es virtualmente imposible eximirla de ese contexto, aun si se pretende un análisis eminentemente formal. Asimismo, creo que la creación literaria tiene misterios que trascienden, en un primer momento, la esfera de lo político. El resultado será directamente proporcional al hombre que esté detrás de las cuartillas.
*Poeta y ensayista
Si estoy de acuerdo con tus puntualizaciones, aunque me llevaron a releer a Octavio Paz, a quien citaré de inmediato: "La relación entre estado (política) y creador dependen de la naturaleza de la sociedad en que se dé. Cuando el arte se pone al servicio del poder político se degrada. Sé que esa no es tu óptica; que lo tuyo es inversamente contrario...en el sentido que debemos ser voces que enfrentemos el poder por medio de la palabra. Que la palabra sea nuestro tanque de guerra y nuestro aporte a las buenas causas. Ah!!! Otro que tiende a forzar, a manejar, si se quiere y a moldear al arte y los artistas es el poder eclesiástico.
ResponderEliminarMuy claras tus ideas para entender todas las aristas posibles de este binomio política - Literatura. Claros los peligros a que pueden llevar los excesos. Una vez más se valora el equilibrio entre la intención del autor y su creación, para no convertirse en panfletario, en siervo ante el poder de turno o la lucha de turno. Sin olvidar que el poeta es primero hombre de su tiempo.
ResponderEliminarEn cuanto a poeta, su compromiso mayor es con la belleza, con el lenguaje y con la inspiración. Resultante de ellos es la poiesis.
Algunas de las sentencias desprendidas de tu texto, me llevaron a otras, anteriores:
"Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.....
Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho." Gabriel Celaya
"Mira, hoy te he dado autoridad sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y para derribar, para destruir y para derrocar, para edificar y para plantar." Jeremías en 1:10, habla así del profeta y ya hemos dicho antes que el poeta es también profeta de su tiempo, para anunciar y denunciar.
Y por último, en palabras de Oscar Wilde: «A veces la gente se pregunta bajo qué tipo de gobierno viviría mejor el artista, y sólo hay una respuesta: en ninguno.» Supongo que se refería a que no hay sistema político perfecto y a que el poeta debería ser ante todo libre, sin estar supeditado a ningún poder.
Interesante artículo. El tema es tan rico como discutible, pero está muy bien expuesto su punto de vista. Leí otros trabajos suyos en esta revista y debo decir que tiene un estilo contundente y un enfoque crítico siempre llamativos. Espero leer más de lo suyo en los próximos números. La revista en sí es muy buena. Saludos.
ResponderEliminarGracias a todos por sus comentarios. La idea de escribir artículos y ensayos de estas características es justamente suscitar la reflexión y fortalecer el pensamiento crítico. La cultura, el pensamiento, la teoría, tienen que ser herramientas emancipadoras y no simples ornamentos de salón. Sé que, en ese sentido al menos, las intenciones de La tecl@a Eñe coinciden con las mías.
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