Apología del mal librero
“Los libreros de ahora ni saben
quien es Cortázar”, dicen las mismas personas que llaman “caja boba” a la
televisión o que quieren convertir su aguinaldo en dólares para gastar en un
balneario uruguayo sin luz ni agua corriente pero cuyo nombre lleva rango de
policía. Todos conocemos a alguno de ellos. Todos pudimos ser -alguna vez- uno
de ellos. El ahora al que se refieren no corresponde al presente que se va a
apenas se lo nombra. Es una figura temporal que se estira, al menos, diez años
atrás.
Dedicado a todos los dueños de
librerías que explotan a sus trabajadores y a Armando Cavalieri por permitir
los contratos basura.
Por Damián Huergo*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Pablo Patza
Libreros pecadores
“Los libreros de ahora ni saben
quien es Cortázar”, dicen las mismas personas que llaman “caja boba” a la
televisión o que putean al e-book o que quieren convertir su aguinaldo en
dólares para gastar en un balneario uruguayo sin luz ni agua corriente pero
cuyo nombre lleva rango de policía. Todos conocemos a alguno de ellos. Todos
pudimos ser -alguna vez- uno de ellos. El ahora al que se refieren no corresponde
al presente que se va apenas se lo nombra. Es una figura temporal que se
estira, al menos, diez años atrás. Pongamos como punto de largada diciembre del
2001, cuando la desocupación pasaba el 20% y los jóvenes -como suele ocurrir en
épocas de crisis- debían postergar su ingreso al mercado laboral; o, en el
mejor de los casos, agacharse, trabajar feriados sin duplicar el sueldo, no
cargar carnet de obra social, cortar la cadena generacional del sistema
provisional, rogar licencia por maternidad, días de estudio o trabajar con 39°
de fiebre para “no perder el día”. En fin, derechos fósiles que la Generación
del 2001 se acostumbró a negar tras años de cobrar sin firmar recibos. En esas
condiciones, muchos pibes recién horneados por la secundaria de Susana Decibe,
empezaron a trabajar; algunos en McDonalds, en los Hoyts o de telemarketer;
otros en librerías, asalariados que viven en pecado por no haber leído Rayuela.
Libreros de Troya
Pese a esta realidad laboral
-mejorada en dosis pequeñas-, los dueños de librerías buscan jóvenes
estudiantes de filosofía, letras, sociología o, los más ambiciosos, a pichones
de escritores. Cada tanto los consiguen removiendo ese subsuelo social llamado
“nuevos pobres”. En el último cajón del escritorio apilan currículums de hijos
de padres desocupados o precarizados. Chicos que tienen la necesidad de
trabajar por poca plata y el suficiente capital cultural como para recomendar algo
más que a Rosa Montero. Sin embargo, cada joven librero con el CBC aprobado es
un caballo de Troya. El Márques -uno de los personajes del maravilloso policial
Máscaras del cubano Leonardo Padura-
decía: “No hay que dejar pasar mucho tiempo a hombres de letras cerca de
libros” (como Piro, cito de memoria). Si los dueños leerían las páginas de los
objetos que venden se hubiesen encontrado con este consejo; más útil que
cualquier sistema de alarmas para controlar el interior de sus locales.
Libreros de ayer, freelancers de hoy
En las terapias grupales que
suelen armar los freelancers de medios cuando se juntan, suelen (solemos) hacer catarsis de sus
situaciones laborales http://es.scribd.com/doc/96696921/Radiografia-de-la-precarizacion.
En todos los relatos se repiten los mismos tópicos de precarización y
explotación que Rodolfo Walsh ya había planteado cuando trabajaba en la revista
Panorama. En la actualidad, los encargados de hacer ese otro periodismo http://revistanan.blogspot.com.ar/2012/07/otro-periodismo.html
de colaboradores monotributistas, son hombres y mujeres que van desde los
20 a 40 años. Muchos de ellos ingresaron al mercado laboral como libreros.
Algunos lo nombran con orgullo. Otros lo ocultan como si fuesen floggers
arrepentidos borrando su fotolog. Ambas experiencias están unidas por un hilo
delgado de disciplinamiento social: el status cultural es el parche simbólico
que cubre el agujero de la canasta básica familiar.
#elfindeloslibreros
Entre todos los íconos románticos
del siglo pasado que se están transformando por el alud del formato digital, el
oficio del librero -más temprano que tarde- también va a recibir su parte. Al
crecimiento de las ventas de e-book, se le suman los nuevos modos de
distribución online que experimenta la industria del libro. Varias editoriales
y revistas ya empezaron a emplearlos. La ecuación que los moviliza es sencilla:
matando al intermediario se disminuyen las manos que cortan tajada. Ante este
panorama, el librero con contrato de empleado de comercio pivotea entre la
extinción y la transformación. Quizá su lugar en el futuro, cuando la mayoría
de las ventas sean online y su palabra llegue al cliente en caracteres, pase a
formar parte del ejército de reseñistas o críticos de libros. Las librerías remplazarán
las grandes tiendas por portales y los dueños buscarán empleados
profesionalizados en Letras, que escriban notas celebratorias por poca plata y
algo de prestigio. Pero tranquilos jóvenes libreros, para esto falta, muchos de
ustedes aún podrán jubilarse como tales, a pesar de que los -moribundos-
suplementos culturales gráficos ya están "a la vanguardia" en la
escritura acrítica de venta al público.
*Periodista y Sociólogo
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