IDA: Literatura entre ferrocarriles y librerías
Damián Huergo es Escritor,
Periodista, Sociólogo y Docente. Acaba de publicar su primer libro de
cuentos-relatos, Ida, (Editorial
Parque Moebius, 2012) con el cual obtuvo una mención de honor en el Certamen
“Premio Municipal de Literatura Luis José de Tejada” organizado por la
Dirección de Cultura de la Municipalidad de Córdoba. En esta entrevista Huergo
reflexiona sobre los trenes, las librerías, los climas de época y los cruces entre
literatura y sociología.
Por Conrado Yasenza
(para La Tecl@ Eñe)
- Conrado Yasenza: En el libro coexisten dos ámbitos definidos: El
Ferrocarril y las Librerías. ¿Cuáles son los puntos de contacto, si existen,
que vinculan a estos dos espacios?
- Damián Huergo: La idea original de Ida era escribir un cuento por estación, desde Glew hasta
Constitución, el recorrido de una de las líneas del tren Roca. A la vez, había
empezado otro proyecto que tenía a diferentes librerías como locación. Ambos
estaban atravesados por el mismo personaje, un pibe, estudiante universitario,
de clase media devenida “nuevos pobres”, que debía viajar desde la periferia al
centro a diario. Los libros eran parte de esos viajes, como hechos sociales que
interactuaban con el contexto. Del mismo modo, el cansancio del traslado estaba
presente en las jornadas laborales en la librería. El vínculo, además del
personaje, pasa por el mapeo de las ruinas que dejó el neoliberalismo: trabajos
precarizados, transporte público ineficiente, amores fugaces y todos los
etcéteras que conocimos tardíamente.
- CY: ¿Cuándo fueron escritos los cuentos que conforman el libro?
- DH: El tiempo de escritura en sí, va desde el 2005 hasta el 2008.
En esos años, en algunos ámbitos, se coreaba la teoría de los no lugares de
Marc Auge como si fuese El capital en
los setenta. Yo escuchaba y sentía ruido en esas afirmaciones. Me pasaba que
viajaba dos horas por día para ir a la facultad o al trabajo y escuchaba esa
arenga de que en los lugares -supuestamente negados- no pasaba nada
trascendental. Yo veía todo lo contrario: en el tren había más levante que en
los boliches, los pasajeros lloraban como si fuese un ámbito privado, se
peleaban, reían, puteaban; se cruzaban hombres y mujeres de distintas clases
sociales, compartían un asiento cuarenta minutos y respetaban los códigos del
viaje sin imponer las relaciones de dominio que los habían moldeado. Veía
historias por todas partes, en todos los asientos, en todas las caras. Luego,
algo de esas personas se perdía en la confusión de la ciudad o en la
familiaridad del barrio. Por eso me centré en ese espacio, en ese momento donde
algo de ellos se definía, un punto medio entre el anonimato y la pertenencia,
entre lo que eran y aspiraban a ser.
- CY: El clima del libro remite al post 2001. ¿Tuvo, a la hora de
escribir los cuentos, la intención de reflejar ese clima de época?
- DH: En el momento de la escritura no fue la intención. En
particular me cuesta ponerme un objetivo y decir “voy a escribir sobre tal
tema”, como si fuese una composición escolar. Sucede que uno, consciente o no,
se vuelca sobre sus obsesiones. Sin dudas que mi percepción del mundo fue
modificada por eso que llamamos “diciembre del 2001”; por las asambleas que uno
recorrió, las lecturas que me acompañaron, las discusiones en las que
participé. Ida no trata puntualmente
sobre un hecho de esos días, no apela a la memoria social ni hay un elemento
que remita a esa fecha buscando potencia simbólica. El 2001 -y el verano del
2002- se percibe en una taza canjeada en el club del trueque o en un entuerto
con turistas para conseguir divisas; detalles que rozan las historias y en
simultaneo les dan un contexto de pertenencia histórica.
- CY: Imagino que Usted es el personaje central de sus relatos, y
además teniendo en cuenta que es Sociólogo, ¿cuánto de observación de
conductas, ritos, situaciones que se reiteran, hay en la escritura del libro?
¿Es posible arriesgar que existe un cruce entre literatura y sociología?
- DH: Creo que siempre, aunque no sea nuestra voluntad, uno termina
hablando de su biografía. Puede hacerlo de diferentes modos: cenando con
zombis, atravesando portales o desfigurando un recuerdo. Ida tiene quizá el defecto o tal vez la virtud de los primeros
libros: tiré todo lo que vine acumulando durante años: experiencias,
construcción de un lenguaje, lecturas y eso que en los primeros años de la
carrera llaman “mirada sociológica”. En los cuentos hay señas particulares
donde es fácil reconocer al autor. No están puestas para fomentar una imagen ni
para exprimir ese limón agrio que es la literatura del yo. Al trabajar con
temas que exceden a lo individual, con problemas que suele ocuparse la
sociología, la exposición de lo íntimo y familiar me sirvió para la creación
del universo del libro. Por ejemplo, tratar sobre la muerte de un padre, el
derrumbe económico de la clase media baja, conocer la guerrilla de los 70 por
sus poetas, son cuestiones familiares pero que -en función de los relatos- me
desbordan hasta hacer desaparecer los hilos que nos enlazan. Me cuesta ver
dónde termina la mirada sociológica y dónde continúa el hacer literatura. En
todo caso, supongo, todo convive dentro de la misma mescolanza.
- CY: El libro tiene muchas
referencias a la zona sur del conurbano. ¿Se debe ello a la decisión de
realizar algún tipo de acto reivindicatorio de ese sur?
- DH: Uno de mis objetivos -que me repetía todas las mañanas frente
a la computadora- era no hacer literatura barrial, no conurbanizar las
historias, no hacer del estigma mediático de vivir en el sur un emblema, como
fue habitual en muchos escritores de la última década. Desde el nombre, Ida, planteo un viaje de un lugar a otro. Esos dos extremos se
pueden resumir en la periferia y el centro del área metropolitana, es decir el
recorrido que va desde el tercer cordón del conurbano bonaerense hasta la
capital. Los personajes no son de un lado ni del otro: viven en tránsito. Por
eso creo que el lugar, el espacio físico de los relatos -aun en aquellos
cuentos que tienen como locación las librerías- son los vagones del tren; como
si fuese el purgatorio, con la particularidad de que en ningún momento queda en
claro cuál es el infierno y cuál es el paraíso, si el lugar de llegada o el de
partida.
- CY: El tipo de escritura
es ágil y directa. ¿Es una elección que tiene algún tipo de conexión con las
situaciones que narran los relatos, con el Sur del conurbano, con la
cotidianeidad y el acontecer de la vida popular?
- DH: Más que con una situación territorial, espacial, veo la
elección de la escritura breve y ágil, en sintonía con los modos de lectura más
acotada de la época –como los llama el escritor y crítico Mavrakis. Suele
pensarse que la escritura fragmentaria es más sencilla. Creo que es todo lo
contrario. Los escritores del siglo XXI nos enfrentamos al desafío de agarrar
por las pelotas al lector en el inicio y de dejarlo con las ganas en el final
para que salte a la siguiente página. Me dirán que eso pasó siempre; el tema es
que al escribir textos breves los comienzos y finales suceden más seguidos. Ya
no hay espacio ni tiempo para lagunear. Eso no significa que no se vayan a
escribir novelas de mil páginas. Lo que quiero decir es que la brevedad de los
textos, de los capítulos, ayuda a los lectores a avanzar y a no abandonar antes
de la primera centena. Uno -salvo que sea Nabokov- siempre escribe para otros.
Ignorar las condiciones y hábitos de recepción de los nuevos lectores sería
romper la estructura básica de la comunicación. Hasta las novelas de largo
aliento de los últimos escritores del siglo XX -pienso en 2666 de Bolaño o Cámara
Gesell de Saccomanno- dan cuenta de tal transición. En fin, capítulos
breves que puedan ser leídos de un tirón mientras se descarga la última serie
que pusimos a bajar.
- CY: El último relato, Plaza
Constitución, es una suerte de colofón en el que convergen los personajes
de todos los relatos. ¿Esto se debe a una decisión literaria, a una suerte de
cierre del libro donde convergen todos los protagonistas en una acción
solidaria?
- DH: Un poco de ambas. Es una decisión literaria, sobre todo
porque considero que más allá de la fuerte presencia de Danilo –el narrador de
la mayoría de los cuentos-, el personaje principal es el lugar y las personas
que lo transitan. En el último cuento aparece eso que podemos llamar “pueblo” o
“multitud” encaminada en un fin colectivo. Sin embargo, dentro de ese bloque
también se señalan grietas, subjetividades que siguen operando con la lógica
individualista que fueron educados durante la -denominada- segunda década
infame.
- CY: ¿Qué autores argentinos te parecen que han influido en tu
escritura y por qué?
- DH: Briante y Tizón, por la simplicidad para narrar un
territorio. Elvio Gandolfo, por mostrar la necesidad del humor en la
literatura. Gombrowicz, por la irreverencia. Viel Temperley, por enseñarme a
comulgar. David Viñas, por exigirme a contextualizar un texto. Walsh y Conti,
por rescatar de la banalización la palabra compromiso. Y entre los sub 50, Juan
Bautista Duizeide; por la versatilidad de su obra a destiempo de las corrientes
de moda, y por la sinceridad y honestidad con que asume la derrota de hacer
literatura.
- CY: ¿Qué autores argentinos de tu generación te parecen interesantes
y por qué?
- DH: Una de las características de estos años fue la proliferación
de buenos ensayistas, que publicaron sus primeros textos en blogs u otras
plataformas virtuales. Muchos de ellos también son escritores de ficción o de
poesía. Hernán Vanoli me parece interesante por los cruces que hace entre
literatura y sociología. Agustín J. Valle por los modos de complejizar el
lenguaje de la política sin empantanarlo. Luciano Lamberti y Federico Falco,
porque amplían la gama de registros literarios sin perder en el intento.
Luciana De Mello por su crítica coherente y con ideas, y no falsamente celebrativa.
Y, por último, Fernando Krapp por narrar con caos, dispersión y desparpajo y
hacerme reir y pensar en el mientras tanto.
Entrevista realizada por Conrado Yasenza para La Tecl@ Eñe
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