A partir del encuentro de la
Presidenta con un grupo de jóvenes que concurren a la John F. Kennedy School of Government (Universidad de Harvard),
numerosa militancia K batió el bombo de la indignación. Los anti-K, por el
contrario, agitaron las trompetas de la satisfacción. Otros se colocaron en el
medio: ni coléricos ni dichosos, trataron de analizar la situación
“objetivamente”. A veces, sólo a veces, es mejor la desmesura de los que están
a favor o en contra, que el presunto equilibrio de quienes pretenden mirar las
cosas con “objetividad”.
Por Hernán Invernizzi*
(para La Tecl@ Eñe)
A partir del encuentro de la
Presidenta con un grupo de jóvenes que concurren a la John F. Kennedy School
of Government (Universidad de Harvard), numerosa militancia K batió el
bombo de la indignación. Los anti-K, por el contrario, agitaron las trompetas
de la satisfacción. Otros se colocaron en el medio: ni coléricos ni dichosos,
trataron de analizar la situación “objetivamente”. A veces, sólo a veces, es
mejor la desmesura de los que están a favor o en contra, que el presunto
equilibrio de quienes pretenden mirar las cosas con “objetividad”.
El bando de los equilibrados dijo
que estos jóvenes eran “los chicos”; a veces eran “los estudiantes”- y cuando
se trató de analizar si eran o no militantes del Pro, blandieron el argumento
re-progre según el cual ser un joven militante no tiene nada de malo sino todo
lo contrario (y que por lo tanto no importa dónde militan sino que es bueno ser
un militante joven, de cualquier signo).
Se trata de la escuela de
gobierno de Harvard, donde se dictan carreras de postgrado: maestrías y
doctorados en políticas públicas. O sea, una escuela top de cuadros
políticos. Los “chicos que le preguntaron a la Presidenta” no son chicos
sino jóvenes profesionales o casi que concurren a carreras de especialización.
Las exigencias curriculares para acceder a las mismas son menos severas que en
nuestras universidades: para el Master in Public Policy (dos años) o el Master
in Public Administration/ International Development (también de dos años) no
es imprescindible haber titulado una licenciatura de 5 años. Alcanza con haber
aprobado los tres primeros años de una licenciatura (incluyendo materias de
economía), haber trabajado por lo menos dos años en asuntos afines,
“preferentemente en países en desarrollo”, y pagar la cuota. Las exigencias son
mayores cuando se trata de un doctorado.
O sea: terminaron la escuela
secundaria, aprobaron al menos tres años de una carrera universitaria
(supongamos que tardaron tres años en aprobar los tres primeros años) y tienen
por lo menos dos años de experiencia laboral en asuntos de políticas públicas –
que pudieron ser simultáneos a sus estudios. ¿De qué “chicos” están hablando?
Si estos jóvenes profesionales son “los chicos”, ¿cómo llamar a los muchachos
de 14 o 15 años que arrebatan carteras, consumen paco y duermen en los
zaguanes? ¿Cómo definir a los adolescentes que protestan contra la política
educativa de la CABA?
Decir que estos embriones de
cuadros político-técnicos son “los chicos que le preguntaron a la Presidenta”
no es apenas una cuestión de énfasis, sino una manipulación. Dicen con
simpática neutralidad progre que son “los chicos”, para no decir que son
futuros dirigentes haciendo cursos - y también para descolocar a la Presidenta,
que no habría sido capaz de manejar como una maestra jardinera a un grupito de
párvulos haciendo travesuras.
Y dicen también que se trata de
un grupo de “estudiantes”. Como vimos, estudiantes son: estudian. Pero la
palabra “estudiante” es de connotaciones múltiples. Comunicadores con
experiencia internacional y estudios universitarios insistían equidistantemente
con que se trataba de “estudiantes”. Saben que existen las categorías de maestrando (el que está haciendo un
master) y doctorando (que cursa un
doctorado), pero no las usan cuando se trata de estudiantes que preguntan a la
Presidenta – porque no es lo mismo una abogada que conversa con un “estudiante”
que una que conversa con un doctorando... Al decir “estudiantes” desde el valor
agregado de la neutralidad equidistante, implican que es lo mismo cursar una
maestría en Harvard que la escuela primaria, la secundaria, un terciario, una
carrera universitaria o un curso on-line de corte y confección. ¡Todos somos
estudiantes! Y si bien se podría decir que uno se ha puesto quisquilloso con el
uso de las palabras, es que se trata de eso: del uso de las palabras cuando se
tiene un micrófono ante la boca.
Hace poco tuvimos un buen ejemplo
parecido. En nombre de impecables valores progresistas, desde hace décadas
distintas organizaciones colaboran con la llamada “reintegración” de las personas
privadas de su libertad ambulatoria. Presos, detenidos, encarcelados,
penados, presidiarios, tumberos... El baterista de Callejeros asesinó a
su esposa en 2010 y la justicia lo condenó a 18 años de prisión. Poco después
de la condena el músico participó de una actividad de “reintegración”. Cuando
se supo que un femicida notorio o mediático o mediatizado había salido de la
cárcel para participar de una actividad cultural, se desató el escándalo. Se
dijeron muchas cosas y todo era lo mismo. La muerte de los matices. El fin de
las diferencias.
Se habló hasta el cansancio de la
“reintegración” de las personas privadas de su libertad. Pero la
“re-integración” supone la “integración” previa. Grandes esfuerzos estéticos
para no usar la palabra “preso” pero nadie señalaba que la mayoría de los
detenidos en las cárceles argentinas nunca estuvieron integrados a nada: son
jóvenes, pobres, marginales, ladrones y son muchos. El baterista de Callejeros
no los representa. Las cárceles argentinas están llenas de miles de jóvenes
encarcelados por robo, y no por violencia de género, tráfico de drogas o
estafa. De manera semejante, aquellos “jóvenes estudiantes” de Harvard no
representan a los “jóvenes estudiantes” de nuestro país. Hay tanta distancia
entre ellos y el resto de los jóvenes estudiantes argentinos como la que hay
entre aquel músico y el resto de los jóvenes privados de su libertad. Todos
estudian. Todos están presos. Todo es lo mismo.
Y sostuvieron los equidistantes
comunicadores el argumento re-progre según el cual los jóvenes politizados son
una buena noticia. Es cierto, pero esta buena noticia no se la debemos ni al
menemismo ni a la Alianza. Tampoco a la presidencia de Alfonsín, cuyos
dirigentes entonces jóvenes (la generación de la Coordinadora), una vez que
llegaron a diputados, ministros u hombres de negocios, se ocuparon
concienzudamente de pulverizar a los jóvenes militantes radicales que a
mediados de los ’80 tenían alrededor de 20 años (la generación de Hernán
Lombardi y Darío Loperfido). Tampoco le debemos la buena noticia de los jóvenes
politizados a los devastados partidos políticos, que durante los últimos 30 años
hicieron todo lo posible para espantar a los jóvenes de la política. Más bien
le debemos la buena noticia al movimiento piquetero (hoy movimientos sociales),
al sindicalismo alternativo (tanto ATE/CTA como el ex MTA de Moyano), al
movimiento de Derechos Humanos y a la inesperada irrupción de Néstor Kirchner
en la política argentina. Suena paradojal, pero en última instancia los jóvenes
militantes del PRO se explican antes por los recién mencionados que por la
presencia de Mauricio Macri.
Las múltiples causas convergentes
a partir de las cuales se puede analizar la politización de los jóvenes dieron
resultados en la coyuntura actual. Por eso sería un ejercicio de
política-ficción tratar de imaginarse a los jóvenes de Harvard intercambiando
preguntas y opiniones con Menem o de la Rúa. Considerando las relaciones
carnales de uno y el corralito del otro, probablemente habría sido una charla
larga pero aburrida. Una de las buenas características de este encuentro real,
en cambio, es que pudo haber sido interesante. Pero el potencial interés de la
charla no es sólo un mérito de quienes podrían hacer preguntas críticas, sino
también de quienes fueron críticos cuando la clase dirigente soñaba con un
futuro de jóvenes indiferentes.
Por supuesto, entonces, que es bueno
que haya militancia joven. Pero en nombre de eso no se justifica negar o
minimizar las diferencias. ¿Por qué descartar que se trata de jóvenes
militantes que estudian cuál sería la mejor manera de volver a lo mismo y
convertirnos en España o Grecia? Después de todo, Mauricio Macri, referente
político del joven PRO que preguntó, poco después viajó a la floreciente España
para entrevistarse con Mariano Rajoy. Y así es como el mismo comunicador que
coincide con la necesidad de aplicar políticas heterodoxas de raíz keynesiana,
o el mismo que prefiere un Estado regulador a un Estado ausente, en nombre de
sus diferencias con el gobierno K elude que estos jóvenes son el up-grade
liberal, que quiere terminar con el Estado regulador y recolocar a la Argentina
en el cuadro de honor del FMI.
Ricardo López Murphy hizo su post
grado en la Universidad de Chicago, Martín Redrado obtuvo un master en Harvard,
Cavallo un doctorado en la misma universidad y Alfonso Prat Gay un master en la
de Pennsylvania. Hoy, como las generaciones inmediatamente anteriores, los
futuros cuadros de la derecha liberal se especializan en algunas universidades
norteamericanas, como la School of Government de Harvard.
Su decano es David Ellwood y
representa al sector liberal del Partido Demócrata: se especializó en temas de
pobreza e integración social y fue funcionario de Bill Clinton en el área
salud. Lo acompañan en la tarea académica un numeroso equipo de profesores de
varias nacionalidades, de currículums imponentes, y en varios casos con
experiencia de gobierno en países como México, Brasil y Venezuela. Su objetivo
es contribuir a la producción de una nueva clase dirigente profesional ("new
professional governing class”), para lo cual ofrece 15 centros de investigación
y más de 30 programas educativos, en los cuales, aseguran, tratan de relacionar
la excelencia académica con la vida real. Ya tuvo más de 46.000 alumnos
repartidos entre más de 200 países. Para los parámetros de la cultura política
norteamericana, la John F. Kennedy School of Government es un espacio
progresista en el cual puede ser titular de cátedra un ministro del segundo
gobierno de Lula, si bien es cierto que Roberto Unger no es un cuadro del PT
sino uno de los fundadores del PMDB. Los límites del progresismo imperial son
perfectamente claros y por eso un joven liberal argentino se siente cómodo en
esa escuela, aunque alguno de sus profesores lo corra por izquierda: es parte
de su entrenamiento como deportista de alto rendimiento.
Cuestionarlos por ser jóvenes y
militantes es reaccionario por definición. Pero además, por decirlo de manera
generosa, es poco práctico: quien participa en la lucha política necesita
interlocutores, requiere diferencia – porque la diferencia es constitutiva de
la identidad. Pero, en la actual coyuntura, hay por lo menos un problema: el
panorama de la derecha liberal argentina es desolador. No sólo no tiene nada
interesante para proponer, encima tampoco tiene quien lo haga. Agotado Domingo
Cavallo (audaz, creativo y de sólida formación intelectual) sus referentes
actuales carecen de los atributos necesarios para liderar la vanguardia
reaccionaria.
A diferencia de muchos de sus
seguidores – que eluden cuanto pueden los espacios mediáticos opositores – la
Presidenta afrontó un ambiente crítico, de visibilidad internacional, en vivo y
en directo. Una vez que pasó lo lógico (los estudiantes de Harvard preguntaron
según su ideología) estalló la cólera de mucha militancia K: la Presidenta
había sido víctima de una maniobra opositora. Pero, digo yo: ¿y qué esperaban?
¿que se encontrara con militantes piqueteros haciendo un post-grado en Harvard?
*Periodista. En los últimos 20 años realizó
numerosos trabajos de investigación sobre la Dictadura 1976-1983
asi es hernan, son estudiantes de harvard y lo sabiamos aquellos que los sabiamos desde los 70. te mando saludos en el tiempo, creo que nos vimos por ultima vez en la redaccion de el porteño. Una eternidad¡¡ alberto ferrari
ResponderEliminarMuy interesantes, ilustrativas y oportunas las observaciones críticas acerca de la condición e idiosincracia de los distintos intervinienentes. Me hubiera gustado alguna reflexión acerca los párrafos más polémicos y mediatizados del discurso presidencial, tan manipulados e hiperbolizados.
ResponderEliminar"Acá tenés los pibes para la liberación", le cantan a la preso los ya recibidos y casi cuarentones (o ya cuarentones) Larroque, Ottavis y otros.
ResponderEliminarPerdón, quise decir la "Presi" (las teclas "i" y "o" están al lado, que no cunda el pánico)
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