Por Sebastián Lalaurette
(para La Tecl@ Eñe)
Foto: Patricio Zunini
Por varias razones, es imposible (o al menos
impropio) hablar de la literatura argentina de los últimos años sin mencionar a
Juan Terranova. Sin embargo, quizás no se lo menciona tanto por sus libros como
por las frecuentes tomas de posición que le han ganado el mote de “provocador”
en una época en que la provocación es un aire que se respira. (Por estos días
aparece su última obra, Instrucciones
para dar el gran batacazo intelectual argentino, que ya desde el título se
anuncia como un volumen de aliento sardónico. Veremos.) En el gran asado
familiar de la literatura local, se le ha asignado el lugar del chimichurri, o
tal vez de la botella de tinto.
Hay más sustancia en Terranova, sin embargo,
de la que generalmente se le reconoce. Elegimos entrevistarlo para este número
no por el affaire del “pijazo”, no por sus periódicos entreveros en la
ciberesfera ni por su rol como fogonero de la presunta “Joven Guardia” de
escritores, ni siquiera por su programa “antiliterario”, sino más bien por
aquel extraño poema, El ignorante, que publicó en 2003 y que incluye estas
líneas, referidas a su propia generación:
La generación anterior la atacó
y la lastimó mucho,
le habló de la voluntad, de los
desaparecidos,
le incrustó fantasmas y sus
propios miedos en la cara,
y le hizo llorar, como si fueran
propios,
muertos que nunca conoció.
Por estos días acaba de salir también el
primer número de Tónica, revista sobre libros que lo tiene como director. Y,
aunque su blog ahora se llama “El conejo de la suerte”, cada tanto reaparece su
vieja e inexplicada obsesión con los rinocerontes.
- Sebastián Lalaurette: ¿Cómo se articula, en tu
opinión, la relación entre literatura y política en la Argentina de 2012?
- Juan Terranova: Literatura y política ya tienen una
nutrida tradición narrativa y ensayística dentro de la modernidad y en la
Argentina. Es casi como una franquicia. Pero la verdad es que literatura y
política están condenadas a llevarse mal, o a plantear una y otra vez los
mismos problemas, como una pareja de viejos jubilados que siguen discutiendo y
amenazan con asesinarse mientras el otro duerme pero no pueden separarse. En el
2012, hablar en esos términos a veces es pertinente, a veces cansa.
- SL: ¿Qué autores y qué fenómenos te parecen
destacables en ese sentido?
- JT: Horacio González es la mejor pluma del kirchnerismo. La más lúcida.
Quizás por eso tenga un destino trágico. No tanto como el de Lukács, desde
luego. También están las nuevas versiones del sempiterno tema de la dictadura.
Las mejores narraciones sobre este tema que ya no reviste urgencia son Chicos
que vuelven de Mariana Enriquez, El espíritu de mis padres sigue
subiendo en la lluvia de Patricio Pron, Mazinger Z contra la dictadura
argentina de Iván Moisef, Los topos de Félix Bruzzone, Las
teorías salvajes de Pola Oloixarac, y de una forma lateral pero hermosa y
grotesca a la vez, Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued. Las
atrocidades de la dictadura han sido deglutidas. Ya podemos dar otra versión.
Desde las declaraciones del General Videla que publicó La Nación, y
algunos hechos aislados pero de posible articulación, la urgencia desapareció.
Ya no tenemos, como dijo Facundo Falduto, necesidad de Víctor Heredia luchando
por nuestra reafirmación política. Y mientras tanto empiezan a aparecer
testimonios ambiguos sobre los demonizados años 90. Aunque le sobra un embarazo
adolescente y le falta tematizar más el desempleo, Los años felices de
Sebastián Robles es una buena puerta de entrada para pensar la década
menemista. También se pueden consultar el más deforme y agresivo Pinamar de Hernán Vanoli y el ensayo Flema es una
mierda de Diego Vecino, editado por Mancha de Aceite y disponible en la
web.
-SL: ¿Qué pensás del hecho de que Leopoldo
Brizuela acaba de ganar el Premio Alfaguara con otra novela sobre la
dictadura? ¿Te dan ganas de leerla?
- JT: No me interesa mucho ni poco, más bien no
me interesa nada, la obra de Leopoldo Brizuela. Aunque no lo considero un mal
escritor. Tampoco sabía lo de “otra novela sobre la dictadura”. Y no, no me dan
ganas de leerla la verdad. Quizás me dé un poco de curiosidad crítica. Me
imagino leyéndola y diciendo “¡oh, no, no otra vez, Charly, no otra vez!”.
Supongo que son prejuicios. Por otra parte no me llama la atención que haya
ganado un premio tan mundano y oneroso como el Alfaguara. Para los cerebros
reblandecidos del mundo el tema de la dictadura sigue siendo lucrativo.
- SL: Siempre desde la óptica de la relación
entre la literatura y la política, ¿qué libros, qué autores, qué procesos te
parecen interesantes en las últimas dos décadas?
- JT: Todo lo que escribo puede ser leído como
un intento de responder esta pregunta.
- SL: Habitualmente se le achaca a la poesía
haberse alejado de lo político hacia los años noventa. ¿Creés que la poesía y
la narrativa se relacionan de modos diferentes con la política; que a una se le
pueden hacer cargos de los que la otra escapa más fácilmente, por decirlo de
alguna manera?
- JT: El problema central de la poesía son los
poetas, la identidad de poeta, sus pretensiones, su alienación de clase, el
narcisismo idiota, improductivo del tipo que enfrenta el mundo asumiéndose como
poeta. Hay que leer Soy la decepción de Carlos Godoy, ediciones El niño
Stanton, un libro bastante amargo de un tipo que pensó y seguramente todavía
piensa que la poesía es algo noble y los poetas, una manga de pelotudos
alucinados. Lo dijo Platón. Hijo mío, busca la poesía, huye de los poetas.
- SL: Reformulo la pregunta: ¿qué articulación te
parece que la poesía hace o puede hacer con la política?, ¿te parece que la
poesía puede plantearse aún hoy como militante, como un llamado a la acción, o
eso también es narcisismo?
-JT: ¿Un llamado a la acción? ¿O un llamado a
ser funcionario? Tuñón fue a la España de la Guerra Civil y no tiró un solo
tiro. Mirá, la poesía es genial. Pero, en serio, no esperes nada de un tipo que
se presenta como poeta en una fiesta.
- SL: Notablemente, hace ya ocho años elegiste
publicar justamente en forma de poema (El ignorante) una toma de
posición frente a lo político. ¿Qué nociones rescatás hoy de ese libro?
¿Corregirías algo, te arrepentís de algo de lo que decís ahí?
- JT: Una vez Fogwill dijo una cosa que me
asombró por su precisión. ¿Miedo a la página en blanco? No, dijo Fogwill, miedo
a la página en negro, a la página escrita, a la página que te persigue, años,
lustros, décadas después de publicada. El ignorante ya es para mí un
documento, apurado pero documento al fin, una prueba de mis imposibilidades y
mi inútil ira de principios de siglo. Le cambiaría desde luego muchas cosas,
pero me convenzo cada vez más de que no vale la pena hacerlo. Sirve la
aclaración: en ese libro yo ya le daba mi apoyo a Kirchner. Año 2004. ¿Dónde
estaban en ese momento los figurones nac & pop que hoy salen en la
tele? Si tuviera que escribir El ignorante encontraría inspiración en la
máscara facial de mierda que usan algunos personajes como Daniel Tognetti para
salir en las pantallas domésticas.
- SL: ¿Identificás personajes similares en el
ámbito estrictamente literario?
- JT: Es buena pregunta. Me caen bien Claudia
Piñeiro y Juan Carlos Martini, pero las columnas de ambos en Télam no me
gustan. ¿Por qué escriben ahí? No lo termino de entender. Si al menos hablaran
de política… En general los escritores que apoyan al kirchnerismo me caen bien,
porque son freaks, como José Pablo Feinmann. Incluso el boludo alegre de Felipe
Pigna no me parece nocivo. Lo más parecido a un oligofrénico funcional que hay
en el campo literario es Barone. Sí, creo que sería Orlando Barone. Creo que
Orlando Barone le hace más daño al kirchnerismo que Durán Barba.
- SL: ¿Te parece que en la reciente decisión del
gobierno argentino de limitar la importación de libros pesan sólo razones
económicas o ves también, ahí, una manifestación de desconfianza de la política
hacia la literatura? ¿Qué opinás de la justificación posterior?
- JT: Todo este escandalete de los libros me
parece muy berreta, muy medio pelo burgués que vive en la calle Santa Fe. Los
progres conservadores, los hombres de la cultura, solamente entienden de
prohibiciones. Son masoquistas pesados que viven pidiendo un castigo porque no
soportan extraer la plusvalía de sus empleados y los inquieta cobrar sus rentas
sin dejar en claro que preferirían un sistema más suave. Como dijo un amigo,
“banco a Moreno aun cuando les saque los fondos a los niños cantores ciegos del
Tirol”. Lo lamento sobre todo por las injurias que puedan caer sobre mi
persona, pero lo que haga Guillermo Moreno tiene mi aprobación. ¿Por qué?
Porque me gusta su estilo.
- SL: Hace un rato hablabas de Horacio González y
ante esto que decís ahora en términos de "bancar" me siento obligado a preguntarte: ¿Te parece
válido el rol de intelectual orgánico o "comprometido" hoy por hoy? Y
en ese caso ¿es necesario mantener siempre una distancia o, por el contrario,
hay que saber tragarse algún sapo de vez en cuando?
- JT: Sapos te tragás siempre cuando se trata
de política. Es parte de acercarse. Por otra parte, estar en la crítica,
alejado, siempre es fácil. No muchos compromisos, no hay desafíos más que lo
que uno se imponga. En Carta Abierta pueden exhibir sin pudor mil problemas,
desde próstata disfuncional hasta dolores de cabeza, pero tienen mi respeto.
González sobre todo. Realmente me encanta leerlo y lo sigo con mucho entusiasmo
de lector. Luego, ni yo ni la gente del CEC, www.elcec.com.ar, el centro
del que soy parte y en el que de alguna forma milito, tenemos la paciencia para
acercarnos a núcleos políticos. Tampoco nos sale, quizás no tengamos ambición.
Quizás la brecha generacional o mental sea ya insalvable para nosotros. Tal vez
seamos demasiado infantiles o cimarrones. O también el problema es que no
encontramos el enlace adecuado, el hombre o la mujer con la cual dialogar, que
nos permita, que nos acolchone, que nos instruya sobre ese contacto que no se
nos dio. En realidad, somos como una vieja sociedad de fomento anarquista. Nos
conformamos con estar juntos, hacer asados, dictar nuestros talleres, manejar
nuestra editorial digital y pelearnos y decirnos “maricón” y “puto” entre
nosotros. Siempre vi a la literatura, o más bien la lectura, como un espacio de
sociabilización, de amistad, de relaciones, un espacio donde se comparten
libros y miradas, pero también donde uno se puede retirar a la soledad si así
lo quiere. Así que estuve cerca de la política como práctica, pero creo que de
la misma manera me retiré a tiempo. No me imagino un destino sin discusión, sin
praxis política para mí. Una vez Marcelo Iglesias me dijo en el archivo del
diario donde los dos trabajábamos: “a mí me llaman hasta las reuniones de la
cooperadora del colegio de mi hija”. A mí me pasa algo parecido, pero me
aburro, a menos que vaya como cronista.
- SL: ¿Creés que es posible, hoy, escribir la Gran
Novela Argentina? ¿O tal vez ya se ha escrito, y cuál sería en ese caso?
- JT: En la Argentina, los grandes nombres no
encararon la novela como artefacto autónomo. Pienso en Sarmiento, en Ezequiel
Martínez Estrada, en Borges, en Echeverría, en Hernández, en Alfonsina Storni.
Otros hicieron un toco y me voy: Macedonio Fernández, Quiroga, Lugones, Silvina
Ocampo. Y el género quedó en manos de un grupo de "ramplones", de
obreros y ferreteros, de perversos experimentales, escrituras laterales que
empujaron hasta entrar, casi como quien empuja la puerta de una casa vacía,
Arlt, Marechal, Cortázar, Tomás Eloy Martínez, Walsh, Puig, que luego se fue
refinando y asentando en Piglia, Saer, Aira, Fogwill. De alguna manera la historia
de la novela en la Argentina es la historia de una serie excepcional que
empieza tarde. Si la comparamos con Brasil que ya tenía Academia Literaria,
entidad literaria autónoma por excelencia, en el siglo XIX, y un Balzac
amazónico, con José Alencar, la historia literaria argentina es un gran
revistero, un conjunto de folletines desdibujados, que van desde el manifiesto
en hilachas, la plaqueta de poesía, la revista del corazón hasta la publicación
sindical y los artículos de fondo en la prensa diaria. Los novelistas garbosos
y disciplinados, pienso en Gálvez, en Mallea, hay más, se fueron deslizando al
olvido, o a un lugar mucho peor, del cual es difícil rescatarlos, el de la
intrascendencia. Por todo esto no está en nuestra genética, creo, lo de "Gran
Novela Nacional" como está en la tradición latinoamericana. Creo que es
una virtud y una desventaja al mismo tiempo. No tendremos Cien años de
soledad. Bueno, puedo vivir sin eso. Ahora bien, de encarar ese proyecto,
yo pondría en prosa el gaucho Martín Fierro, le agregaría zombies, porno
y más gore del que tiene, y trataría de sacar algo como Meridiano de
sangre de McCarthy. Pero incluso si lograra hacer eso, algo ya de por sí
complejo, no estaría ni cerca de llenar ese espacio simplemente porque esa es
una habitación que nació en desuso. Donde tendría que estar la Gran Novela
Argentina hay un inodoro usado y roto y el piso está lleno de yuyos.
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