Primera parte.
Por Hernán Invernizzi*
(para La Tecl@ Eñe)
El oficio más antiguo del mundo no es la prostitución (¡No a la trata!)
sino contar cuentos - para dormir a los niños, para explicar la prohibición del
incesto o cómo fue el edén peronista. Los niños se duermen con los cuentos “de
dormir”; la humanidad prefiere no acostarse con mamá (fíjate cómo le fue a
Edipo...), y todo el mundo sabe que hubo un tiempo que fue hermoso y fuimos
libres de verdad. Sin embargo, se dice que las hadas de los cuentos son
metáforas del terror; que las versiones del mito de Edipo no coinciden con la
obra de Sófocles; y para colmos, que durante el paraíso peronista, por dar un
ejemplo, había compañeros que rechazaban el voto femenino - hasta que Evita les
pegó tres gritos.
La pelea por los relatos no es nueva. Hace siglos que la “corpo” discute
los relatos, pero ahora se puso de moda. Lo cual querría decir a) que
sufrimos una epidemia de semiólogos fanáticos de Tinelli, b) que la cultura
argentina está dominada por la epistemología de la historia y no por la cumbia
boliviana, o c), mucho más interesante, que estamos atravesando una coyuntura
de intenso debate político y disputa de poder. Si suponemos que c) es lo más
probable, digamos entonces que el matrimonio Kirchner comprendió que un
presidente con un proyecto es el verdadero ministro de cultura.
¿Por qué de cultura y no de economía? No porque la economía sea irrelevante
sino porque hay un ida y vuelta constante entre cultura y sociedad, entre
práctica social y cultura. Todas nuestras conductas significan algo. Todas
interactúan socialmente. Lo cual permite proponer que existe una relación de
ida y vuelta permanente entre lo social y lo cultural. Por eso Bourdieu
interpretó a la cultura como un espacio de reproducción social y organización
de las diferencias. Si todas nuestras conductas están cargadas de
significación, y como todas nuestras conductas participan de la interacción
social, entonces la cultura es algo así como una escena en la cual adquieren
sentido las transformaciones sociales, la administración del poder y la lucha
contra el poder. Como sintetiza García Canclini, la cultura entendida como una
instancia de conformación del consenso y la hegemonía. Es decir que en la cultura
se dramatizan los conflictos sociales – por lo tanto estamos en el terreno del
conflicto político-ideológico. Y de este modo, la cultura se convierte en uno
de los protagonistas de las luchas por el poder. Ahora bien, hasta donde yo sé,
los relatos son parte de la cultura. (Y según algunos autores, su núcleo
principal).
El debate actual sobre los relatos se presenta como una polémica acerca de
qué es y quién escribe la historia (y las noticias). No hay una historia sino
varias. No hay noticias sino relatos de hechos (¿hipotéticos?). No hay hechos
ni noticias - apenas relatos. Muchos relatos. Somos lo que relatamos y nos
relatan lo que somos. Se sostiene que eso no estaría tan mal, porque todo está
atravesado por luchas de intereses. Otros afirman que esto de los relatos es un
invento oportunista para justificar la difusión de una mitología que
distorsiona la verdad y confunde a la sociedad.
Pero quienes dicen que esto de los relatos es pura manipulación
oportunista, al mismo tiempo también dicen a) que con los medios se engaña a la
sociedad con una mitología mentirosa y b) que los medios no influyen tanto
sobre la sociedad. Si los medios no influyen tanto sobre la sociedad, ¿por qué
alterarse tanto frente al proyecto de imponer una mitología oportunista? No se
entiende... porque, en realidad, hay otros ambientes teóricos agazapados detrás
de esta polémica. No se trata sólo de epistemología de la historia ni de
deontología periodística. También se trata de teoría de la comunicación. Una
cosa es el debate acerca de si hay una o varias historias/relatos, otra cosa es
cómo se comunican tales historias/relatos, y otra cómo y cuánto esa
comunicación influye sobre una sociedad. Ahora está todo mezclado.
Las clases dominantes saben desde siempre (saber es poder y poder es saber,
Foucault básico) que todo poder sustentable necesita, entre otras cosas, un
relato al menos verosímil. A principios del siglo XX (desarrollo de la radio,
el cine, etc. más la Revolución Rusa) el problema se complicó: necesitaban
nuevos avales científicos para legitimar sus estrategias discursivas. A su vez,
los nuevos medios también necesitaban a la ciencia para mejorar su influencia
sobre la sociedad: para ganar eficacia comunicacional necesitaban conocer mejor
su relación con las audiencias. Al mismo tiempo, buscaban respaldo científico
para optimizar su desarrollo empresarial (si para la ciencia los medios son
influyentes y poderosos, el valor y el prestigio de los medios crecen). Sobre
estas articulaciones aparentemente contradictorias, algunos desarrollos
científicos obligan a ser un poco paranoicos cuando se trata de comunicación y
teoría cultural.
Hasta principios de los 50 se creía que los medios podían manipular las
mentes de los niños. Y también de los adultos, ya sea para orientar su consumo
(el joven marketing), ya sea para orientar su voto en las elecciones (las
democracias burguesas necesitaba herramientas eficaces para inducir el voto
soberano). Predominaba una teoría lineal de la comunicación en la cual el
emisor era la referencia fuerte y el receptor un sujeto débil. La comunicación
era como una inyección, la “teoría hipodérmica”, en la cual al receptor se le
inyectaba una información sin que se diera cuenta. Si los medios eran como una
secreta inyección comunicacional que invadía la mente de todos, entonces era
legítimo y necesario usar, financiar y controlar a los medios.
Paul Lazarsfeld (Universidad de Columbia) estaba interesado en mejorar la
eficacia del marketing y de las campañas políticas y publicó dos estudios que desbarataron
la creencia de que los medios podían manipular las mentes: concluyó que tenían
sólo una “influencia limitada” sobre las decisiones de las audiencias.[1] Su colega
y discípulo Joseph Klapper publicó en 1960 una investigación que había
elaborado en los’40: la influencia de los medios sobre los niños estaba
condicionada por la familia, la escuela, los amigos y los mismos medios.[2] Los
adultos no son lo mismo que los niños, pero como nos enseñó Doña Rosa, “las
masas” son como niños frente a los medios...
Y entonces vino George Gerbner con su “teoría del cultivo” [3]: los seres
humanos somos las historias que nos cuentan y que contamos. La mayor parte de
lo que sabemos o creemos saber no se lo debemos a la experiencia personal sino
a un sistema de relatos (mitos, religión, arte, ciencia, etc.) Lo especial del
mundo contemporáneo es que la TV envasa y difunde este sistema de relatos por
todo el planeta. Y como la TV llega a los niños antes de que sepan hablar o
leer, se concluye que se trata del mayor sistema de socialización conocido.
Todos los grupos y clases sociales son influidos por el medio, pero no todos
ellos lo procesan de la misma manera. Positivista y mecanicista, esta teoría es
exitosa en los Estados Unidos y en nuestro país trabaja un experto ecuatoriano
que la comparte.
Las fuerzas dominantes y las empresas dedicadas a la comunicación detestan
a las llamadas “teorías de las audiencias” , que no fueron
concebidas por los totalitarismos sino en el muy cool USA.[4] En vez de
preguntarse qué le hacen los medios a las audiencias, se preguntan que le hacen
las audiencias a los medios (Halloran). E inclusive que hacen las audiencias
“con” los medios, agregamos. Proponen que las audiencias se “apropian” de los
medios, los interpretan, los resignifican. Sabemos bastante poco acerca de
estos procesos – pero al menos sabemos que las audiencias son más activas de lo
que se creía. Se derivan de acá las llamadas teorías de la recepción. Hay por
supuesto otras teorías de la comunicación, pero no viene al caso ocuparse de
ellas porque son “izquierdizantes” y/o populistas.[5]
Y entonces volvemos a la polémica actual. Las lecciones de la historia
político-cultural del siglo XX, articuladas con las teorías de la comunicación
reseñadas, convergen en una síntesis crispada: las fuerzas y sectores
emergentes de la explotación globalizada reconocen y respetan la participación
de los medios en la sociedad contemporánea, pero les dicen que los relatos (y
la cultura en general) son algo que construyen con ellos, o contra ellos, pero
nunca sin ellos. Porque, si es cierto que en la cultura se dramatizan los
conflictos sociales, entonces el que pierde la batalla cultural sabe que antes
o después perderá la guerra. O dicho de una manera menos setentista, si el
poder dominante pierde la batalla cultural, entonces está en las vísperas de
una crisis de hegemonía. Y ahí es donde, otra vez, mete la cola el “relato
peronista”.
*Periodista. En los últimos 20 años realizó numerosos trabajos de investigación sobre la Dictadura 1976-1983
[1] Lazarsfeld, P. F., Berelson, B. & Gaudet, H.: The People’s Choice. Duell, Sloan and
Pearce. Nueva York. 1944. Lazarsfeld, P. y Katz, E.: Personal Influence. The Free Press. Nueva York. 1955.
[2] Klapper, Jospeh: The
Effects of Mass Comunication. The Free Press. Nueva York. 1960. Edición
española: Efectos de las comunicaciones
de masas. Poder y limitaciones de los medios de difusión. Aguilar. Madrid.
1974.
[3] Gerbner, George: Violence
and Terror in the Mass Media. UNESCO. París. 1988. (Se puede descargar en
formato .PDF en el sitio de la UNESCO). Gerbner, George y Gross, Larry: “El mundo del
teleadicto”, en La
ventana electrónica: Tv y comunicación. EUFESA. México. 1983. Gerbner, G.,
Gross, L. y otros: “Living with television”, en Bryanr,
J. y Zillman, D. (Comp).: Perspectives on
Media Effects. Lawrence Erlbau Ass. New Jersey, 1986.
[4] Mendelsohn, H.: Mass
Entertainment. College and Univesity Press. New Haven. 1966. Halloran, James D. (Comp.): The effects of Television. Panther.
Nueva York. 1970. Halloran, James D., y
Jones, Marcia: Learning about the Media. UNESCO. Paris.
1987. Newcomb, H. y Alley, R. The
Producer's Medium: Oxford University Press. Nueva York. 1983.
[5] Ver por ejemplo: Charles Creel, M. y Orozco Gómez, G. Educación para los medios: Una propuesta
integral para maestros, padres y niños. ILCE-UNESCO. México. 1992.
García-Canclini, N.: Culturas híbridas. Grijalbo. México. 1990. García-Canclini, Néstor: Diferentes, desiguales y desconectados.
Gedisa. Barcelona. 2004. Martín-Barbero, J.: De los medios a las mediaciones. G. Gili.
México. 1987.
Yo conocía de Invernizi "Un golpe a los libros", sobre censura en la DM. Excelente! También lo lei en Sur. Este texto es diferente, siempre muy claro y directo pero acá es más teórico... Qué buena propuesta otra vez, siempre mira las cosas desde otro lado
ResponderEliminarMuchas gracias!
alfredoquiroga08@gmail.com