Por Edgardo
Esteban *
(para La Tecl@ Eñe)
(para La Tecl@ Eñe)
La guerra de
Malvinas es una parte de la historia reciente Argentina.
Los datos y testimonios reunidos a lo largo de estos 30 años tras el
regreso y la posguerra estuvieron determinados por el silencio y el
olvido impuesto por los militares. Volver fue el comienzo de un
doloroso camino para una gran cantidad de soldados sacudidos por el
horror vivido y por el devenir incierto, que ya no sería el mismo.
De alguna forma se nos combatió, dándonos la espalda, obligándonos a
la marginación, sepultándonos en el olvido, la indiferencia.
Resultado: Los suicidios de ex combatientes llegan a mas de 400 casos.
La indiferencia social posterior al conflicto contrastó con el fervor
patriótico que el 2 de abril de 1982 generó el anuncio de la
“recuperación” de las Islas Malvinas, en boca de Leopoldo Fortunato
Galtieri. La Plaza de Mayo, teñida de color celeste y blanco, se colmó
de miles de ciudadanos, entre ellos muchos dirigentes políticos y
sindicales. Aclamaban al dictador, quien decía: “si quieren venir que
vengan, les presentaremos batalla”. Al final de la guerra, el 14 de
junio, todo cambió de golpe. Tras la derrota, esa misma porción de la
sociedad trató de incendiar la casa de gobierno, echó a Galtieri del
poder y no quiso volver a hablar de Malvinas por mucho tiempo. El
final del conflicto cerró el capítulo de la dictadura y fue un factor
decisivo para la reinstauración de la democracia, pero en cuanto a la
guerra, la población no se hizo cargo de sus responsabilidades.
Al volver, las autoridades y la sociedad se comportaban como si los
soldados fuéramos los responsables de la derrota. Hubo un acuerdo
tácito para olvidar la guerra, escondernos y borrar de nuestras mentes
lo vivido. Para obtener la baja militar, los oficiales hicieron firmar
a los soldados una declaración jurada, en la que nos comprometíamos a
callar y por ende a olvidar. Hablar de lo ocurrido durante la guerra,
fue lo primero que nos prohibieron. Así, el dolor, las humillaciones,
la frustración, el desengaño y la furia quedaron dentro de cada uno de
nosotros hasta tornarse insoportables en muchos casos. Es que hablar,
contar, era el primer paso para exorcizar nuestro infierno interior y
empezar a curar las heridas. De modo que el regreso fue cruel, en
silencio y a escondidas. La bienvenida quedó para la familia.
No está en discusión el justo y legitimo reclamo de soberanía que
Argentina mantiene sobre las Islas desde 1833. Y está claro que las
palabras del primer ministro británico, David Cameron, son desbordes
absurdos, cuando habla de colonialismo y se olvida de que aún los
habitantes de las Malvinas viven en un estado colonial, con un
gobernador elegido en Londres, que actúa como virrey y que pretende
militarizar nuevamente nuestras islas, tratando de esconder sus
dificultades económicas y el desempleo, en contraste con los tiempos
de paz y unidad que vive la región.
Durante un largo período se ha preferido eludir la autocrítica. Nadie
quiso hacerse cargo de la derrota. Tres décadas tuvieron que pasar
para rescatar a un digno general de la Nación, Benjamín Rattenbach,
quien elaboró en 1983 un reporte encabezando la Comisión de Análisis y
Evaluación Político Militar de las Responsabilidades del Conflicto del
Atlántico Sur. El documento califica la Guerra de Malvinas como una
“aventura militar”. Señala que cada arma funcionaba por su cuenta, que
carecían de preparación y que la conducción estuvo plagada de errores.
Sobre esta base, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas condenó a
reclusión a: Galtieri por 12 años; al almirante Jorge Anaya a 14 años
y al brigadier Basilio Lami Dozo a 8 años. No hubo otros condenados.
La Cámara Federal tomó el caso al disolverse ese cuerpo, los destituyó
e impuso condenas iguales de 12 años a cada uno. Finalmente los tres
fueron indultados en 1989 por el ex presidente Carlos Saúl Menem.
El descarnado informe del general Rattenbach fue silenciado por sus
camaradas, que no quisieron hacerse cargo del debate y asumir una
autocrítica sobre lo ocurrido. Ahora vuelve a luz para poder debatir
sobre lo ocurrido en 1982.
Durante años no hubo ningún tipo de asistencia ni ayuda, recién en los
últimos años la situación de los ex combatientes mejoró notablemente
cuando se realizó un relevamiento socio-sanitario nacional de los que
participamos de la guerra, para dar respuestas concretas y atender
aquellos casos de alta vulnerabilidad. A partir del 2004, el Estado
otorga una pensión equivalente a tres jubilaciones mínimas.
Al margen de los errores tácticos y estratégicos que definieron la
suerte de la guerra, lo que aparece como inaudito son los
injustificados malos tratos, las crueldades de algunos oficiales que
de a poco comienzan a conocerse.
Hasta hace pocos años atrás nada se sabía sobre los suicidios y los
traumas de posguerra entre los soldados. Por eso, a 30 años de
Malvinas no es posible el olvido. En este presente, tener memoria
sobre lo vivido debe profundizarse tratando de establecer la verdad de
lo ocurrido. Es algo que la sociedad les debe a los caídos y a los que
estuvimos en Malvinas. Necesitamos ganarle a nuestra propia guerra y
recordar tanto a los que murieron en las islas, como a los que
volvieron y como consecuencia de la indiferencia y el olvido,
sequitaron la vida.
POR LA VIDA…
Los datos y testimonios reunidos a lo largo de estos 30 años tras el
regreso y la posguerra estuvieron determinados por el silencio y el
olvido impuesto por los militares. Volver fue el comienzo de un
doloroso camino para una gran cantidad de soldados sacudidos por el
horror vivido y por el devenir incierto, que ya no sería el mismo.
De alguna forma se nos combatió, dándonos la espalda, obligándonos a
la marginación, sepultándonos en el olvido, la indiferencia.
Resultado: Los suicidios de ex combatientes llegan a mas de 400 casos.
La indiferencia social posterior al conflicto contrastó con el fervor
patriótico que el 2 de abril de 1982 generó el anuncio de la
“recuperación” de las Islas Malvinas, en boca de Leopoldo Fortunato
Galtieri. La Plaza de Mayo, teñida de color celeste y blanco, se colmó
de miles de ciudadanos, entre ellos muchos dirigentes políticos y
sindicales. Aclamaban al dictador, quien decía: “si quieren venir que
vengan, les presentaremos batalla”. Al final de la guerra, el 14 de
junio, todo cambió de golpe. Tras la derrota, esa misma porción de la
sociedad trató de incendiar la casa de gobierno, echó a Galtieri del
poder y no quiso volver a hablar de Malvinas por mucho tiempo. El
final del conflicto cerró el capítulo de la dictadura y fue un factor
decisivo para la reinstauración de la democracia, pero en cuanto a la
guerra, la población no se hizo cargo de sus responsabilidades.
Al volver, las autoridades y la sociedad se comportaban como si los
soldados fuéramos los responsables de la derrota. Hubo un acuerdo
tácito para olvidar la guerra, escondernos y borrar de nuestras mentes
lo vivido. Para obtener la baja militar, los oficiales hicieron firmar
a los soldados una declaración jurada, en la que nos comprometíamos a
callar y por ende a olvidar. Hablar de lo ocurrido durante la guerra,
fue lo primero que nos prohibieron. Así, el dolor, las humillaciones,
la frustración, el desengaño y la furia quedaron dentro de cada uno de
nosotros hasta tornarse insoportables en muchos casos. Es que hablar,
contar, era el primer paso para exorcizar nuestro infierno interior y
empezar a curar las heridas. De modo que el regreso fue cruel, en
silencio y a escondidas. La bienvenida quedó para la familia.
No está en discusión el justo y legitimo reclamo de soberanía que
Argentina mantiene sobre las Islas desde 1833. Y está claro que las
palabras del primer ministro británico, David Cameron, son desbordes
absurdos, cuando habla de colonialismo y se olvida de que aún los
habitantes de las Malvinas viven en un estado colonial, con un
gobernador elegido en Londres, que actúa como virrey y que pretende
militarizar nuevamente nuestras islas, tratando de esconder sus
dificultades económicas y el desempleo, en contraste con los tiempos
de paz y unidad que vive la región.
Durante un largo período se ha preferido eludir la autocrítica. Nadie
quiso hacerse cargo de la derrota. Tres décadas tuvieron que pasar
para rescatar a un digno general de la Nación, Benjamín Rattenbach,
quien elaboró en 1983 un reporte encabezando la Comisión de Análisis y
Evaluación Político Militar de las Responsabilidades del Conflicto del
Atlántico Sur. El documento califica la Guerra de Malvinas como una
“aventura militar”. Señala que cada arma funcionaba por su cuenta, que
carecían de preparación y que la conducción estuvo plagada de errores.
Sobre esta base, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas condenó a
reclusión a: Galtieri por 12 años; al almirante Jorge Anaya a 14 años
y al brigadier Basilio Lami Dozo a 8 años. No hubo otros condenados.
La Cámara Federal tomó el caso al disolverse ese cuerpo, los destituyó
e impuso condenas iguales de 12 años a cada uno. Finalmente los tres
fueron indultados en 1989 por el ex presidente Carlos Saúl Menem.
El descarnado informe del general Rattenbach fue silenciado por sus
camaradas, que no quisieron hacerse cargo del debate y asumir una
autocrítica sobre lo ocurrido. Ahora vuelve a luz para poder debatir
sobre lo ocurrido en 1982.
Durante años no hubo ningún tipo de asistencia ni ayuda, recién en los
últimos años la situación de los ex combatientes mejoró notablemente
cuando se realizó un relevamiento socio-sanitario nacional de los que
participamos de la guerra, para dar respuestas concretas y atender
aquellos casos de alta vulnerabilidad. A partir del 2004, el Estado
otorga una pensión equivalente a tres jubilaciones mínimas.
Al margen de los errores tácticos y estratégicos que definieron la
suerte de la guerra, lo que aparece como inaudito son los
injustificados malos tratos, las crueldades de algunos oficiales que
de a poco comienzan a conocerse.
Hasta hace pocos años atrás nada se sabía sobre los suicidios y los
traumas de posguerra entre los soldados. Por eso, a 30 años de
Malvinas no es posible el olvido. En este presente, tener memoria
sobre lo vivido debe profundizarse tratando de establecer la verdad de
lo ocurrido. Es algo que la sociedad les debe a los caídos y a los que
estuvimos en Malvinas. Necesitamos ganarle a nuestra propia guerra y
recordar tanto a los que murieron en las islas, como a los que
volvieron y como consecuencia de la indiferencia y el olvido,
sequitaron la vida.
POR LA VIDA…
*Periodista. Excombatiente
de Malvinas. Autor del libro Iluminados por el fuego
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