Por Horacio González
(especial para La Tecl@ Eñe)
Sostiene Videla que había que eliminar a un conjunto grande de
personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. La
frase golpea una zona anterior, profunda y no fácilmente descriptible del pensamiento
político. Y del pensamiento, sin más. Se trata de un razonamiento lógico. ¿Pero
puede la razón lógica – con su predilección por las alternativas, las hipótesis
preestablecidas, la deducción rutinaria- encargarse de esta cuestión?
En los
ejemplos silogísticos que nos llegan de la Antigüedad se ponía en juego el
nombre de Sócrates. “Luego, Sócrates es mortal”. La gracia de este enunciado es
que invocaba a ese extraño numen ventrílocuo al que había hecho hablar Platón.
Que fuera un objeto silogístico era una gracia adicional que se le ofrecía a
estos ritos del buen pensar. El silogismo de Videla, ahora, demuestra que se
puede pensar en términos razonados o metódicos en asuntos que se refieren a la
decisión sobre la vida de las personas. El asesino es silogístico.
Con razón, miles de argentinos percibieron que se atravesaba una línea que
la historia argentina –plena de violencias- aun no había cruzado. En la
historia argentina se habían realizado muchos fusilamientos, y en verdad el
país había surgido de uno muy notable, cuya grave y profunda justificación debería
ser releída hoy, obedecía a la pluma de Mariano Moreno. Sabemos muy bien de otro
cruce de línea –muy distinto al anterior-, que fue el fusilamiento de Dorrego.
Este jefe militar, que provenía también del período de la Independencia, se ve
obligado a pensar gobiernos, naciones y guerras, asistido por una idea
federativa que se presentaba con tintes doctrinarios. Tiene tiempo de
preguntar, absorto, en el pueblo de Navarro, antes de se diera la orden de ser
fusilado: ¿Quién ha dado esa facultad a un general sublevado? Ese hecho fue
otro cruce de la línea de la historia argentina, una línea que no tiene documentos
fáciles ni demasiados escritos explícitos, que queda menos en las escrituras
que en el propio horror que puede causar a sus ejecutores. Otra cuerda, no la
del fusilamiento, sino la del cadalso, atañe a Leandro Alem y al partido
radical, que tendrá no fusilados, sino ametrallados, en las insurrecciones de
los años 30.
David Viñas solía definir su novela
Los dueños de la tierra como una
novela de patrones y fusilados. En las soledades patagónicas, en 1921, el
Ejército fusila. A Di Giovanni, fusila. Al General Valle, fusila. De todos
estos acontecimientos quedan grandes relatos. Los que corren por el descampado
de León Suárez en 1956. ¿No los vemos aun corriendo como espectros en el
basural, gracias a la pluma de Walsh?
Videla no relata, pero utiliza
los preámbulos estipulados de esa jurisprudencia razonante que pueden
encontrarse en los manuales de lógica. De algún modo, entonces, relata. Había que eliminar a un conjunto grande de
personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. Clásica
disyunción sin tercero excluido. ¿Quién estableció la alternativa? ¿Un asesino?
¿El estado? ¿Un estado mayor de especialistas en las palancas lingüísticas de
la lógica? Un Estado, es cierto, puede razonar así. A los estados suele
atribuírsele una facultad raciocinante que estaría agraciada con la facultad de
imponer como resultado el principio de sus propios intereses. Se llama Razón de
Estado. Videla dice en algún momento que el método surgió de decisiones que no
eran previas, sino elaboradas sobre la marcha. No parece, no porque no hubiera
decisiones de momento, sino que su descripción hace provenir la explicación por
las desapariciones de miles de personas de un organon clásico de la facultad especulativa. Los pasos del
pensamiento lógico, que esta vez representaban a la maquinaria estatal pensando
y que en vez de decir evocativamente “Sócrates es mortal” –en la serena
metafísica que en definitiva yace en todo lógica- se dice: (a) hay que eliminar
a un conjunto grande de personas; (b) que como no podían ser llevadas a la
justicia ni tampoco fusiladas, (c) por lo tanto deben ser…
Videla es un asesino silogístico, lejano, no utiliza sus propias manos, ni
su odio, ni su ideología, ni siquiera su experiencia militar. Traspuso todos
los límites, los que aún no conocía la vida nacional, como hombre lógico,
decidor del silogismo ineluctable, pensador de las abstracciones mentales en
que habían convertido todas las vidas, no solo un puñado de ellas. Todas las
vidas de los habitantes del país eran silogísticas, todas sujetas a los pasos
que encadenaban significantes universales, una disyuntiva y una resolución. El
clásico silogismo define sus figuras de muchas maneras. Cuando esta figura
lógica concluye su amable cometido ante las miles de generaciones que
escucharon la mortalidad de Sócrates como parte aleatoria de un entrenamiento
mental, podrían saber ahora que se trataba de algo más. La muerte de Sócrates
en los silogismos de nuestra primera escolaridad encerraban toda la historia
griega y acaso la de la humanidad. En vez de llamar conclusión a la afirmación
final del silogismo, Videla la llamó disposición final.
Como en todos los procedimientos asesinos de los Estados –tomados de
cualquier ejemplo que sea de la historia universal-, proliferan las metáforas,
los eufemismos, los símbolos velados, las alusiones alegóricas, las
construcciones en capas de cebolla donde un jugo macabro trabaja con lo innombrable a través de
cobertores y máscaras persistentes de lenguaje. “Cada desaparición puede ser
entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte”,
dijo. Si se quiere, este último es otro silogismo, u otro ejercicio lógico, de
tecnología compleja. La desaparición aparece entonces como un concepto que
conduce a un vacío de significado, pero pleno de irradiaciones veladas y a la
vez aptas para un desciframiento tácito o explícito. Este desciframiento ocurre
en medio de una escena de terror de la conciencia descifrante. El silogismo
existe como una cuerda inconsciente que no se puede poner a la luz de las
frases públicas con facilidad. Para ello se precisa una sociedad libre,
emancipada de estas cadenas silogísticas del asesino. Una sociedad que haga su
catarsis crítica, como de muchas maneras está ocurriendo entre nosotros.
Para descartar lo malo, lo terrible, lo legal manipulado –fusilamientos
públicos, encarcelamientos, sistemas jurídicos visibles-, era necesario un
sistema lógico que se pareciera a la lógica, pero que fuera una lógica asesina.
Una voz surgida de un razonamiento cuya materia fueran cuerpos desparecidos,
violentados, humillados. Y un dispositivo técnico que incluyera el lenguaje, y
lo incluyera especialmente en su capacidad alegórica, en sus equiparaciones
lógicas también puntuales. Si cada desaparición puede ser entendida ciertamente
como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte, estamos ante un vuelta de
tuerca tortuosa de la lógica proposicional. Se da una clave de lectura punto a
punto. Donde dice desaparición debe leerse una muerte, y de repente
comprendemos que estas frases fundaban un sistema, que deseaban ser traducidas
en el secreto y los implícitos obligatorios del lenguaje.
El pensamiento público y sus necesarias correspondencias subjetivas,
repelen este modo lógico. Advierte, con escándalo, que es la lógica del
asesino. Que –como lo dice Videla en los reportajes conocidos- es un modo que
puede extenderse en su locura profunda hacia un juicio de actualidad, un
lúgubre llamado a oscuras conciencias remanentes. Decir que hoy está “la
República Desaparecida” corona con un provocador juego de palabras los alcances
silogísticos del terror. La palabra demuestra ser infinitamente plástica,
cruelmente asociativa, se adhiere a cualquier otro concepto en uso, puede
querer empalmarse con hablas diarias,
actuales. Son los silogismos del asesino proyectados al presente, la sombra
lógica de un momento en que se traspasaron todas las franquías, se hollaron
todos los límites. Pudieron prohibir la lógica de conjuntos, pero intuían que
debían buscar un reemplazo aciago, sin que ninguna lógica del espíritu
raciocinante tuviera la culpa de que ahora sea la mecánica revelada de la mente
silogística del asesino.
*Sociólogo y Ensayista. Director de la Biblioteca Nacional
*Sociólogo y Ensayista. Director de la Biblioteca Nacional
Creo que todo esto tiene un momento en la historia real, donde coinciden las críticas del Consejo EMpresario Arg. a la política de Gelbard, la creación de la Corporación de EMpresas Nacionales, por ejemplo, y el plan de Acindar por no ser nunca jamás dependiente de SOmisa, cosa que logra en los 90. Ahi hay un diálogo Videla-Martínez de Hozm ahi se decide a cuántos hay que eliminar. Y también se decide cuánto costará, para los empresarios del CEA, el golpe-. Prtegunten a los presentes, rastreen en las empresas participantes, y tendrán la respuesta. Y un abrazo a González
ResponderEliminarJorge Devincenzi
Unidad de Investigación de Delitos Económicos
Secretaría de Derechos Humanos de la Nación