Por María Pía López
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Germán. D . Zwanik
A las angustias clásicas del escritor –la falta de inspiración, la página
en blanco, la incertidumbre sobre las palabras adecuadas- se le suma una,
propiamente argentina: la de las viboritas rojas y verdes que nos arroja
graciosamente el word. ¿O no? Ahí escribí word y ya, ya, vino el subrayadito
colorado. Está bien, se entiende porque esa palabra no pertenece a nuestra
lengua.
Puro préstamo es.
Puro préstamo es.
Pero la cosa es que escribo tenés que
ir rápido –mi personaje es rioplatense- y el maldito subrayado aparece en
el verbo tenés. Y ahí viene la duda: ¿me equivoqué en escribir?, ¿cómo tendría
que hacerlo? Yo tengo, vos tenés, él tiene, nosotros tenemos… sólo en la
conjugación de la segunda persona se irrita el programa. Pero no tengo otro
modo de decirlo. Pruebo otra expresión: sentate delante mío. Uy, ahí rojos y
verdes. Y encima hay que luchar porque el programa se arroga el derecho de
cambiar el delante de mío por un inverosímil delante de mí. ¿De dónde surgen las potestades para esta
modalidad sancionatoria? ¿Bill Gates en contra del escritor argentino? ¿Acaso
te ponés de su lado?
Todo aclarando que antes de comenzar a escribir indiqué: español
(Argentina) en el teclado. Pero lo claro se oscurece, porque parece que
Microsoft tiene firmado un convenio con la Real Academia de la Lengua con sede
en Madrid para aplicar las normas que ella establece. El pobre narrador
americano –para usar esa expresión de Sarmiento que de narrador americano tenía
mucho y poquísimo de escueto- queda así sumergido en un acuerdo que lo excluye
entre los programadores informáticos y los reguladores de la lengua.
Y de nuevo, estamos en problemas. Un caso flagrante de inseguridad, sólo
que no de la que se menciona habitualmente con relación a la propiedad sino a
lo que es el patrimonio fundamental: la lengua. Macanuda era la tarea del
escritor cuando tenía pluma y papel o una máquina de escribir sin conexión
normativa. Porque podía escribir de corrido sin ser asaltado, frase a frase,
por una máquina de colocación de subrayados sancionatorios y, peor aún, sin
tener que estar resguardándose, con precauciones infinitas, de los
depredatorios intentos de sustituir las palabras que usa por otras que el
programa y la academia disponen.
Igual, debo decir que obstinación no me falta y si la primera vez me
encuentra distraída el corrector, la segunda no pasa y ante la insistencia
acepta el modo irregular en el que escribo. Pero pienso y vuelvo a pensar:
¿cómo aprenden a escribir los millones de niños argentinos que usan netbooks?
Cuando escriben, ¿cómo tramitan la aparición de las condenatorias viborillas?
Tardaron décadas las instituciones escolares argentinas en aceptar el voseo, y
ahora, cuando ya lo aceptaron, los estudiantes confrontan su escritura con una
normativa que lo acepta a medias.
Estalla el coro: ¡demasiada inseguridad para nuestras huestes juveniles!
Que van a escribir y dudar, dudar y aceptar cualquier corrección
informática-normativa, que no van a poder diferenciar entre un error
ortográfico y una forma usual de la variedad argentina. ¿Qué escritor surgirá
de una lengua balbuceante frente al poder informático? No hay que ser
pesimista, grandes literaturas surgieron de la disidencia contra las distintas
lenguas normalizadas y por eso Deleuze pudo pensar a Kafka con la idea de una
obra escrita desde la extranjería lingüística, y Arlt pudo encontrar la fuerza
de su creación en la rebeldía contra toda ortodoncia gramatical. Pero la
mayoría –ay, qué penoso es decirlo- no somos ni un Kafka ni un Arlt, para
erigirnos en la pura libertad del que pelea, o en la luminosa fuga hacia el
desierto, somos apenas balbuceantes oficiantes de la escritura. Y sin lengua
propia, o con la lengua que usamos amenazada de esos coloridos acosos, será difícil
que encontremos la fuerza para decir.
O tendremos que elegir el camino de mi amigo el anarquista, que cansado de
esos subrayados oprobiosos optó por enloquecerlos, entonces lo suyo fue la
empresa ardua del escribir con la mayor cantidad de errores posibles así en
algún momento la máquina, harta ya de tanto esfuerzo, indicaba la suspensión de
la corrección. Anarquista al fin, me dijo estar feliz por la derrota
informático-gramatical. Sus escritos se habían salvado.
*Socióloga y ensayista. Docente e Investigadora en
la Universidad de Buenos Aires.
También se puede escribir sin activar el corrector ortográfico, you know... ;)
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