Por Jorge Giles*
(para La Tecl@ Eñe)
A modo introductorio:
La política, en tanto práctica y
acción para transformar la realidad, precisa construir su propio relato. O sea,
contar su verdad. La única condición que se impone para poder hacerlo, es la de
ser productora de su propia autenticidad, o dicho de otro modo, la de no ser
mera retransmisora y propagandista del guión que escriben otros.
La enorme movilización a Vélez el
viernes 27 de abril para escuchar y
abrazar a Cristina, constituyó un relato polifónico multitudinario.
El peronismo, en tanto patrimonio
político de los argentinos, viene construyendo su relato desde 1945, a
contrapelo de la verdad revelada que intentaron e intentan imponer los
relatores del proyecto antagónico a los intereses nacionales y populares.
En esto optamos por ser claros y
precisos, en vez de cultivar el barroco arte de descifrar laberintos: Hay dos proyectos de país en lo
político, en lo económico, en lo cultural, en lo social y en consecuencia, hay
dos relatos que pugnan por decir su verdad relativa.
El kirchnerismo, en este marco,
sigue escribiendo sobre el mismo sendero donde dejaron plantadas sus huellas
todos los peronismos inaugurados en las diferentes épocas de nuestra historia
contemporánea. Y por eso mismo, provoca crispación en las orillas
contrarias.
Adentro mi alma:
El relato peronista es el que
hablaba en la primera mitad del siglo XX de trenes y marina mercante, de
aguinaldos y vacaciones pagas, del IAPI y nacionalizaciones varias. Su relato
en prosa se asentó sobre el país construido en obras desde el peronismo y como
ese país se podía tocar, comprobar y hasta refutar sin precisar de ninguna
entelequia, permitió decir y escribir sin rubor alguno: “la patria justa, libre
y soberana” o “los únicos privilegiados son los niños” o “liberación o
dependencia” o “el peronismo será revolucionario o no será” o “yo se que
ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria” o una
sola palabra: “lealtad”; o tres: “viva perón carajo”; palabras que al
pronunciarlas estallaban en el aire como luces de bengala alumbrando el
horizonte. Cada una de ellas, como trazos del relato, marcaban un antes y un
después, una hoja de ruta y al mismo tiempo un muelle donde amarrar las barcas
con el pueblo adentro. Somos tributarios de esas huellas, a veces mal escritas,
a veces perezosas o carentes de exquisita dicción, tal como manda la academia.
Pero eso sí: auténticas.
En tiempos de la resistencia,
después de 1955, el relato se expresaba en los muros callejeros con frases para
la ocasión: Perón Vuelve, primero; Luche y Vuelve, después.
Y la ocasión llamaba a retirada
cuando aparecía la policía brava de las dictaduras. O los censores con garrotes
de la república constitucional no democrática.
El relato extenso y pormenorizado
era otra cosa. La carta y la cinta de Perón desde el exilio. Los artículos de
John William Cooke. Las notas al pie en cada instancia, escritas por Arturo
Jauretche. El Programa de la CGT en La Falda y Huerta Grande.
Rodolfo Walsh contando aquella
dolorosa “Operación Masacre”.
Hay más para agregar.
Pero vale decirlo, cortito y al
pie, que la producción del relato peronista fue mucha y vasta. Su contraparte
reaccionaria, también. Es interesante recorrer la imaginaria del poder
oligárquico a lo largo de la historia. Siempre rabiosos, clasistas,
reaccionarios, mandones, prepotentes, provocadores. Eran los dueños del país
dictando sus ordenanzas autoritarias en nombre de “la opinión pública” o de la
“gente decente” o de “la república” de las vacas y el trigo.
El relato del poder viene de muy
lejos, pero adquiere su graduación definitiva después de las batallas de
Caseros y de Pavón.
Ese país primario, injusto y
desigual, se creyó único dueño del único relato posible sobre el país de los
argentinos. Todo relato alternativo sería pasado por las armas empuñadas en
cada tapa, cada editorial, cada estadística falsa de los grandes diarios. Así
fue a lo largo del siglo XX y así sigue siendo hasta la fecha.
Creer ilusamente que podría haber
reconciliación entre el relato nacional popular y el relato faccioso de las
corporaciones, supone creer en primer lugar que es posible una síntesis
amistosa entre los dos proyectos políticos y los dos modelos económicos
sociales que se disputan el sentido de la historia. Un imposible.
O con el pueblo adentro o con el
pueblo afuera. Esa es la cuestión.
El kirchnerismo se atrevió desde
un primer momento a escribir su propio relato.
El 27 de abril, con apenas el 22
%, Kirchner adelantó cuál era su modelo de país.
Luego, dos actos inaugurales
anunciaron la osadía del cambio, como una metáfora de cuerpo presente. Ocurrió
el día de la asunción de Néstor Kirchner a la Presidencia de la Nación. El 25
de Mayo de 2003.
Escena 1.- Kirchner juega con el
bastón presidencial entre sus manos al momento de la jura en el Congreso.
Escena 2.- Kirchner se arroja a
la multitud que lo aguardaba en la Plaza de Mayo y una cámara rasguña su
frente.
Si alguien creía que estaba
improvisando, lamentamos informarle que estaba haciendo los primeros garabatos
del gran relato que vendría después.
El enemigo antiperonista fue más
prevenido que los propios y lo atacaron en la vana pretensión de arrinconarlo
desde ese primer día. Y Kirchner surfeó sobre ese antagonismo hasta donde pudo.
Se había propuesto sacar al país del infierno para allanar el camino de las
transformaciones que vendrían en un segundo mandato presidencial. Y cumplió con
creces. Salimos del infierno y no entramos al ALCA.
De manera tal que el relato kirchnerista
es pura obra y acción y por eso genera tanto odio en sus adversarios de viejo
cuño reaccionario. Ese nuevo relato se escribe con nuevos sustantivos:
Asignación Universal por Hijo; No al ALCA; Recuperación del ahorro nacional de
los trabajadores; YPF y después. La lista sigue.
En ese imaginario oligarca del
que dimos cuenta, Kirchner y Cristina son al siglo XXI lo que fue Juan Manuel
de Rosas en el siglo XIX, Yrigoyen, Perón y Evita en el siglo XX.
Lo importante es que nos demos
cuenta de la necesidad de construir en cada instancia nuestro propio relato
nacional popular. Hacernos cargo de la palabra justa, como diría Paco Urondo y
no confundirnos en la maraña intelectual que nos arrojan cuando apalean
impúdicamente el pensamiento nacional y suponen que el relato kirchnerista es
apenas un recurso de ocasión y propaganda. La palabra justa es el componente de
nuestros argumentos y nuestros argumentos son nuestra única artillería.
La palabra de Cristina, en este
mismo sentido, es la gota que derrama todos los vasos, los propios y los
ajenos. El suyo es un relato redondo pero no cerrado, de esos que dejan pistas
para descubrir el tesoro escondido de las viejas verdades, ocultas por los
poderosos. Habla del presente mientras cita la historia dos siglos vista. Habla
de la historia y sin avisar a tiempo, descorre los telones para entender las
luces y las sombras del presente. La historia quiso que la mejor hacedora fuese
también la mejor relatora. Por eso la juventud de su lado y el viejo mitrismo
en su contra. El pueblo disputa el poder y construye el propio al mismo tiempo;
el nuevo relato debe dar cuenta de eso con poesía, con belleza, con ternura,
pero a la vez con solidez argumental. Así se escribe la historia. Al menos es
lo que creemos nosotros
*Periodista y Escritor. Columnista en el Semanario Miradas al Sur
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