Diálogo
del poeta y la madre que susurra
Dulce
delirio
Por Vicente Zito Lema
Ilustración: Juan Carlos Liberti
El
texto que publicamos con carácter de anticipo e inédito, pertenece al libro
Diálogos, de Vicente Zito Lema, de próxima aparición en la editorial
"Topia”.
POETA: Mi
madre, estrella de la mañana, viajó a la muerte y me dejó su luz, que circula
como sangre / por mi vida / con el deseo perverso de la eternidad.
MADRE: El día
de tu nacimiento, hijo, lo pasaste sobre la nieve, porque ya eras un fuego
imposible en mi cuerpo. Y tus primeras lágrimas se convirtieron en una
mariposa, que después fueron tres, y más tarde treinta y tres, y por fin miles,
un enjambre en el cielo. Desde entonces estuviste lleno de luz, y no dejaste de
soñar, ni siquiera cuando la tormenta te aturdía, que tu vida sería un gran
viaje, porque la luz jamás detiene…
POETA: Allí
donde vayas escucharás a tu madre; fue mi padre quien lo dijo. Mi padre, parado
en la oscuridad, que me llevó de un lado a otro, como si fuera una manzana.
MADRE: Vi como
tu padre escondía una manzana en su lecho de muerte. Después lloró y su boca se
llenó de espuma… Yo me quedé a su lado, esperando la llegada de un ángel que
nunca llegó…
POETA: Yo
espiaba su agonía. Las puertas nunca estarán cerradas ante mis ojos. El ángel
llegó en la madrugada. Traía una espada. Era un ángel imponente aún en la
penumbra… No podías verlo, madre, tus ojos están velados por el amor…
Yo me fui,
como si fuera un caballo con alas me fui, quería conocer los cielos… y mi vida
me parecía un juego eterno y natural, apenas una estrella que suspira y se
duerme..
MADRE: Habías
aprendido a volar, lo dice tu madre… Tu cuerpo era parte del aire y te sentías
feliz… Tu padre decía: mi hijo nació para la desgracia… Pero fue por él que
vino un ángel con su espada…
POETA: Sucedió
que cuando fui un hombre, en el momento en que la realidad posó su garra sobre
mi cabeza, se hizo difícil cumplir con mi destino..
MADRE: Tu
padre amenazaba que iba a atar con cadenas tus pies sobre la tierra… No pudo
escuchar tu corazón. La tristeza de un amor perdido ahogaba la fuerza de tus
días; lo sabía tu madre, tienes el rostro desnudo, estás flotando y tu cuerpo
es de agua y pronto tendrás cenizas que también serán tu sangre… Lo veo, lo
veo.. Ver lo que vendrá me agota…
POETA: Aun me
cuesta respirar… No puedo decir que fue el miedo a la muerte lo que me decidió
a partir. Sí, sé, que una noche en que mi lengua se volvía negra y se alargaba
lejos de mis ojos ya blancos, puse una fecha para mi viaje. Lancé mi flecha…
preparé el navío…
MADRE: Trabajo
duramente para tener el pasaje, lo dice su madre.
Llenó su
valija con libros y flores secas de lavanda, también lo dice su madre…
POETA: Un
martes de noviembre de amanecer muy claro, en que todos los olores de mar
recordaban la primavera, abrí la puerta del camarote y supe por los gritos de
los marineros, mezclados al azar con el graznido de las gaviotas, que habíamos
llegado a puerto, sin más perdida que un hombre que se arrojó por la borda para
abrazar a la luna.
¿Quién reina
en esta librería? Le pregunté al mar con la angustia de un niño. (Para mí
todavía el mundo eran los libros..)
MADRE: Los
gatos, había dicho tu padre… Que no por nada vino el ángel con su espada…
POETA: Me alejé
del puerto. Todavía movido por la tormenta, que había hecho del barco un espejo
bajo los pies de un borracho de cuatro noches, decidí ser fiel al impulso que
encabezó mi travesía. En viejos libros amarillados que fueron mis compañeros de
infancia un hombre había vencido la oscuridad con palabras y a palos, como
pocos, con sueños como nadie, ya hasta masticó la noche, gramo a gramo, con sus
colmillos que sabían del espanto.
Tengo que
conocerlo, me dije; todo lo demás es fantasía, baratijas de la realidad,
representación en un escenario de tristes mujeres que no llegan al escándalo.
Dijo eso y algo más increpando al cielo, y un fino polvo de estrellas muertas
cayó a mi lado, salpicó mis piernas…
MADRE: Fue una
señal venturosa de los dioses, lo dice tu madre.
POETA: La
muerte es tu nueva sabiduría, madre. Susúrramelo… ¿Dónde está enterrado aquel
hombre de los sueños…?
MADRE:
Cuéntame primero tu último sueño; un sueño que al despertar te haya encontrado
húmedo, blanco y con sangre en los labios…
POETA: Un caballo
se despeñaba con lentitud pavorosa desde una montaña de huesos, por encima de
cruces, unas de fuego y otras de hielo, y yo me descubría en el jinete, aunque
tenía cortada la cabeza… y sólo mi lengua daba testimonio.
MADRE: Mira
esas nubes… ¿Ves el camino que se abre entre los dos trópicos?... La tumba de
tus desvelos está en el convento de Alcalá.
POETA: Tomé un
tren para Alcalá, me harté de las gallinas que revoloteaban por los vagones y
del agrio olor del queso de cabra que los campesinos arrimaban a sus bocas de
pocos dientes y mucho hambre de mucho tiempo, y cuando llegué, bajé limpiándome
las plumas y el polvo del desierto, que rasgaba mi garganta con su pezuña de
oro.
Lo que no pude
sacar de mi fue la pobreza de los otros, que se hizo mía, hasta que el otro fui
yo…
MADRE: La
pobreza fue tu desierto hijo, un desierto sin músicas… La pobreza es el
desierto de lo real, hijo… Y tú buscas lo real, hijo… desprecias las
apariencias, que al menos calman Pagarás tu obstinación con tu cuerpo y con
usura, lo dice tu madre, que susurra desde la muerte…
POETA: La
muerte es un susurro madre que yo escucho desde niño…
MADRE: Siendo
ya un hombre, ¿qué escuchas bajo la noche, hijo…?
POETA: Escucho
la música de las mariposas blancas, las mariposas del alba…
MADRE: Hablas
de unas mariposas de gitanos y no sabes nada de mí… Shhhh… Shhhh…
POETA: ¿Quién
eres, madre? ¿Qué buscas? ¿Qué vas a decirme que ordenas el silencio…?
MADRE: Ahora
soy una monja, ciega desde niña y tengo barba… La monja superiora quiere hablarte…
POETA: La
muerte lo permite todo, madre… Te apropias de cualquier sueño…
Tu voz de
monja me recordó a un pájaro envuelto en llamas…
Te sigo madre
por este jardín… Tengo escalofríos, madre…
MADRE: ¿Son
sus plantas de hojas carnosas…? ¿Su luz de terciopelo? ¿Sus flores de
cristal…?¿O no es el jardín y tiembla tu alma, que tambalea en la finitud del
deseo, hijo…?
POETA: Es la
forma del jardín, madre. Parece la lengua de un perro… Siento que estoy en el
centro de un vacío jadeante, donde alguna vez los ángeles alzaron su morada… Lo
que veo despierta el miedo, madre.
MADRE: Mírame,
hijo… Soy la Priora del convento… ¿Tú, quién eres…?
POETA: Soy un
poeta en su viaje, hablo por mí y por un viejo poeta que cargo con amor en mis
espaldas… Pero no pesa, solo es un alma… ¿Cuándo yo sea cenizas, quién cargará
mi cuerpo para no perder el alma…? ¿Qué será de mis papeles de poesía, madre…?
MADRE: Tendrás
que arreglar tus asuntos con la muerte, hijo… Solo y desnudo, así te fuiste de
mí… Tal vez puedas pactar con los viejos dioses, aunque temo que hayas perdido
la fe…
POETA: He
ganado otra fe, madre… Di testimonio de poesía, y la lluvia era un cuchillo en
mi garganta…
MADRE: Ya no
soy tu madre. Soy la Priora del convento, y soy negra, como la Virgen María… Sé
que buscas al hombre de los sueños, traeré de inmediato su cajón…
POETA: Escucho
las trompetas… Veo como se abren los cielos, arriman el cajón y lo ponen sobre
la tierra… Un manto de hierbas se estremece…
MADRE: ¿Tienes
lo que buscabas…? ¿Has vuelto a ser feliz, hijo? Tu desesperación por ver lo
que está en manos del misterio desafía a la ceguera, hijo…
POETA: No hay
ceguera en la oscuridad ni luz en el desierto, madre… La vida son palabras, la
muerte es anterior al silencio…
MADRE: … El
parto fue difícil. Sufrí. Sufriste. Te arrancaron con fórceps. De tan morado y
deforme que estabas el Ángel de la muerte que buscaba a un niño te despreció…
Siempre temí por tu cabeza… Te costó hablar, hijo, tartamudeabas, tenías la
boca llena de piedras.
POETA: Me
ayudó el mar y limpié con amor cada palabra, madre… Cuando hablo escupo olas…
Cuando me ahogo vomito la sangre de los peces…
MADRE: Tienes
pasión por el frio, hijo…
POETA: Guardo
el fuego del infierno en mi cabeza, madre…
MADRE: La
pesadilla se sorprende…
POETA: La
pasión me guía. Es una pasión alegre, madre…
MADRE: ¿Qué
harás con el cajón de la muerte que vino de los cielos…?
POETA: Lo
abriré, madre… A eso vine…
Huelo el aire,
una y mil veces… El cajón no tiene mal olor…
Con lo que
quedó sano de mi cabeza trato de entender un mundo sin palabras; son gritos,
gestos y silencios que no entiendo… Hay una puerta al final del pasillo y está
cerrada… Tan cerrada que nunca será puerta… Vuelvo sobre mis pasos, respiro…
respiro…
MADRE:
Respira, hijo… Respira, hijo… Estás saliendo a la luz…
POETA:
Respiro, madre. Hasta que el sol que no es sol, se pudra, madre…
Mis manos ya
reciben sin atajos las órdenes de mi deseo y puedo abrir el cajón…
Mira, madre,
el Hombre de los sueños aun empuña la espada del ángel…
MADRE: Los
muertos son la soledad que se llama soledad… Ya no ven a los ángeles ni a sus
espadas, hijo… Ni siquiera en aquella madrugada vi el ángel que vino por tu
padre…
POETA: Ese
cuerpo no es un ángel… Es un cuerpo humano, sagrado, madre…
Es un cuerpo
sin gusanos, ni moscas, nada que se espere
de la carne que fue vida y se corrompe…
MADRE. Tus
ojos son tu alma, hijo, bien se sabe… Debiera apurarme, siento que el día se
termina…
POETA: La
noche no es más que el día… y el presente dura igual que el pasado…
MADRE: Hay un
pasado que tiembla…
POETA: También
lo que vendrá tiembla… El futuro tiene miedo…Yo temblé en tu vientre, madre…
Se cruza una
línea, apenas un soplo, y empieza el pasado…
MADRE: El
pasado es agua que se seca sobre la mano…
POETA: El
pasado apesta si no se mueve, madre; pero no se corrompe el cuerpo del pasado
que tuvo sueños… Hablo de sueños como estrellas en la negrura del espanto…
Hablo de sueños que son música y danza
ante el vacío atroz, madre… El sueño es puro movimiento, madre… El sueño es
materia viva, madre…
MADRE: No todo
el pasado está muerto, hijo. Lo dice tu madre desde la muerte. La muerte
también tiene pasado que no le pertenece… Quiero que lo sepas, quiero poner
agua en tu frente celeste, que arde y arde… El vacío que angustia a las almas
no es más que un sueño…
POETA: Es tan
cierto lo que dices, madre,.. Quiero descansar sobre tu hombro, madre
MADRE: Tienes
mi susurro y mi recuerdo, hijo…
Soy menos que
una sombra, apenas tu delirio, hijo…
POETA: Es un
dulce delirio, madre…
Mira el cuerpo
del hombre de los sueños, madre. El caballero de la triste figura resplandece.
Cubierto de polvo y de cenizas, con su vieja armadura, como una luna de plata
sobre el último cielo resplandece.. .Y en sus manos guarda un libro…
MADRE: Vuelvo
a ser la priora del convento… Aunque no llevo ningún rosario… Ahí tienes frente
a tus ojos las Escrituras de poesía que amas…
POETA: Son
palabras humanas sobre la piel de Dios…
MADRE: Dios es
tu regocijo, hijo…
POETA: También
mi tormento, madre…
Puedo abrazar
al hombre de los sueños, madre; o por pudor darle tan solo la mano, decirle:
cenizas y polvo y allí como gloria pura volverás. Guardas la palabra eterna… La
misma palabra que dice alma y dice principio del cuerpo de la vida…
MADRE: Y su
luz serán también tus sueños… Lo dice tu madre.
POETA: Mira,
madre… Pareciera que las sombras se abren como puertas… Pareciera que desde ese
cajón de manzanas a medio llenar una mano se agita. Pareciera el escudero que
desdeñó las nubes y profetiza el sentido común y hasta lo tritura con sus
dientes de oro. Pareciera que el escudero es ahora un monstruo del mar, el
espantoso Leviatán de nuestro miedo, e insiste en agitar su mano derecha y poco
a poco se convierte en la estatua de la ley… Y la ley dice: siempre seré la
muerte…Yo soy tu verdadero rostro.
MADRE: Te veo
más exaltado que triste… Pienso en tu padre, que solía despertarse de sus
sueños y trenzarse a golpes con las sombras…
¿Y tú, que
piensas de la ley, hijo…? ¿Te imaginas acaso un mar sin olas…? ¿Una misma
manzana, para todas las bocas, y que no haya crimen entre los hambrientos…?
POETA: La ley
siempre está en brega con la verdad, madre… Nació para el dolor, lo demás son
apariencias… fuegos de artificio.
MADRE: Las
máscaras se ponen y se sacan, hijo…
POETA: Hay
máscaras que de tanto estar se convierten en la piel, madre…
Sobre la
tierra que hoy piso, sobre estas ciénagas donde me hundo, la ley no es mucho
más que la voluntad del poder, su expresión y su ser, la naturaleza de sus
actos, el castigo como necesidad, su absoluta violencia…
Siempre
sospeché de la ley, desde niño, la ley era un fantasma y para no ser devorado
me orinaba…
MADRE: Por eso
llorabas, hijo…
POETA: Por eso
gritaba, madre…
El grito fue
el espejo de mi espanto y hoy es la imagen de mi sospecha… cuando le ruego al
grito que me deje pensar… Me guardo el derecho a subvertir la ley; no es bueno
adaptarse a la infamia… ni legitimar lo que nunca tendrá sana eternidad…
MADRE: La
eternidad no conoce el cuerpo, hijo…
POETA: La ley
es ajena al alma, madre…
MADRE: Sin ley
la paz desfallece, hijo.
POETA: Sin
verdad, la paz es violencia, madre.
Vivir para la
muerte engendra la ley, madre…
Ni siquiera
Sócrates, que tanto me conmueve en su alegato, me lleva a aceptar la ley como
principio y fin, como absoluto sin más allá.
Mi punto de
partida es la sospecha encarnada de todos los actos del poder; mi punto de
llegada es el bien común, que siempre origina un vínculo amoroso, una palabra
de espera en la desesperanza atroz…
No hay pasión
más triste que aceptar como justo un orden de ley que hiere la boca… Eso que la
conciencia rechaza y el alma aborrece… como un mandato de pura religiosidad.
MADRE: Si
despiertas estos vientos nunca llegarás a puerto, naufragarás…
POETA: Todo
viaje llama al peligro, madre… Lo sé desde niño… Hay un mar de belleza y de
justicia, madre, voy por él…
MADRE: Nadie
es dueño de su viaje, hijo… El mar es engañoso… Lo que ves azul, claro de
espuma, puede ser negro, opaco… Tras lo manso está su abismo… La realidad es
menos que un hechizo, allí se alzan sus olas…
POETA: Es
cierto madre, mi navío galopa como un venturoso caballo, pero en su bodega
bailan las ratas, madre… Ellas esperan por mí…
MADRE: ¿Lo has
visto, hijo?
POETA: Una
divinidad me lo anunció en un sueño, madre; pero también lo he sentido en el
cuerpo: aquellos bastonazos del poder, madre… mientras leía mis poemas y se
quemaban las gomas de protesta sobre el puente… El mal estaba allí madre, el
mal es absoluto… La esperanza se apaga cuando sopla la muerte… Son labios muy
fríos…
MADRE: Hay
temblor en tu angustia, hijo. Antes te alegraste frente al hombre de los
sueños. Sentiste que la muerte no tenía poder… Entonces me hablaste del bien…
Háblame más…
POETA: Hablaba
del bien común, madre… Si tranquilizo mi cabeza, si paro el furor de mi lengua,
desde allí lo entiendo como el fruto de una armonía musical, que alcanza su
delirio de hermosura, la unidad que le da vida en el acople virtuoso de las
múltiples diferencias…
MADRE: ¿Qué
harás entonces hijo con ese hombre diferente que te provoca tu mala pasión…?
También bajó con su cajón del cielo…
POETA: No hay
espuma en mis palabras… No viene del mal mi pasión, es potencia de vida; aunque
la tristeza la tiña de noche siento que es necesaria… Igual que las piedras que
me pesan en la boca desde niño…
Sea un idiota,
un monstruo o un verdugo, dejaré a ese ser de la tierra o del infierno con la
palabra en la boca; que sea silencio entre silencios lo que nació del silencio,
lo que siempre se mostró como furor o engaño… Hasta que entienda lo más simple,
el anuncio del aleluya: todo ser debe cultivar la belleza, cuando esgrime el
derecho a su delirio allí está él, y subvertir el orden que no tiene verdad
será su mayor gloria, el fruto final de su estrofa que escribe en los cielos…
Deberá saber
que en la mirada de quien nos mira se sostiene el único espejo; que la realidad
quieta es el concierto de la muerte; que el destino es la tierra, hay que
moverla día a día, con pasión, aunque nos toque un montículo de piedras… y el
cielo que nos contempla apenas sea una lluvia de fuego que no cesa…
MADRE: Es hora
de partir… La mañana es un amor que jamás espera… Lo dice tu madre.
Cuida tu loco
corazón. Quita las lagañas de tus ojos, tienen veneno. No caigas en el hechizo.
Deja de beber melancolía como si fuera agua. Se austero también con el delirio.
La palabra que no muere nunca engaña.
Mi susurro
agoniza. Cuídate.
POETA: Adiós,
madre… Tu susurro es mi memoria… Me voy sin saber a dónde, con un león en los
talones, apurando el paso, guiado por un enjambre de colibríes en la plenitud
de la tarde, sintiendo que puedo ser parte de la luz aún siendo una sombra
entre las sombras…
Adiós, madre…
Las aguas ya mueven el navío, y el horizonte igual acontece como una fogata…
Adiós, madre…
El puerto es el mañana…Abandono en los umbrales del muelle los presagios… Los
pájaros del chillido áspero ya no se escuchan…
Nada deberé
temer; la luz que me dejaste no la apagará ni el viento de la muerte.
Mis cenizas
también serán de vida…
Buenos Aires,
Enero de 2012
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