06 mayo 2012

Poesía/Poema inédito de Vicente Zito Lema/ Diálogo del poeta y la madre que susurra


Diálogo del poeta y la madre que susurra

Dulce delirio

Por Vicente Zito Lema

Ilustración: Juan Carlos Liberti 


El texto que publicamos con carácter de anticipo e inédito, pertenece al libro Diálogos, de Vicente Zito Lema, de próxima aparición en la editorial "Topia”.


POETA: Mi madre, estrella de la mañana, viajó a la muerte y me dejó su luz, que circula como sangre / por mi vida / con el deseo perverso de la eternidad.

MADRE: El día de tu nacimiento, hijo, lo pasaste sobre la nieve, porque ya eras un fuego imposible en mi cuerpo. Y tus primeras lágrimas se convirtieron en una mariposa, que después fueron tres, y más tarde treinta y tres, y por fin miles, un enjambre en el cielo. Desde entonces estuviste lleno de luz, y no dejaste de soñar, ni siquiera cuando la tormenta te aturdía, que tu vida sería un gran viaje, porque la luz jamás detiene…


POETA: Allí donde vayas escucharás a tu madre; fue mi padre quien lo dijo. Mi padre, parado en la oscuridad, que me llevó de un lado a otro, como si fuera una manzana.

MADRE: Vi como tu padre escondía una manzana en su lecho de muerte. Después lloró y su boca se llenó de espuma… Yo me quedé a su lado, esperando la llegada de un ángel que nunca llegó…

POETA: Yo espiaba su agonía. Las puertas nunca estarán cerradas ante mis ojos. El ángel llegó en la madrugada. Traía una espada. Era un ángel imponente aún en la penumbra… No podías verlo, madre, tus ojos están velados por el amor…
Yo me fui, como si fuera un caballo con alas me fui, quería conocer los cielos… y mi vida me parecía un juego eterno y natural, apenas una estrella que suspira y se duerme..

MADRE: Habías aprendido a volar, lo dice tu madre… Tu cuerpo era parte del aire y te sentías feliz… Tu padre decía: mi hijo nació para la desgracia… Pero fue por él que vino un ángel con su espada…

POETA: Sucedió que cuando fui un hombre, en el momento en que la realidad posó su garra sobre mi cabeza, se hizo difícil cumplir con mi destino..

MADRE: Tu padre amenazaba que iba a atar con cadenas tus pies sobre la tierra… No pudo escuchar tu corazón. La tristeza de un amor perdido ahogaba la fuerza de tus días; lo sabía tu madre, tienes el rostro desnudo, estás flotando y tu cuerpo es de agua y pronto tendrás cenizas que también serán tu sangre… Lo veo, lo veo.. Ver lo que vendrá me agota…


POETA: Aun me cuesta respirar… No puedo decir que fue el miedo a la muerte lo que me decidió a partir. Sí, sé, que una noche en que mi lengua se volvía negra y se alargaba lejos de mis ojos ya blancos, puse una fecha para mi viaje. Lancé mi flecha… preparé el navío…

MADRE: Trabajo duramente para tener el pasaje, lo dice su madre.
Llenó su valija con libros y flores secas de lavanda, también lo dice su madre…

POETA: Un martes de noviembre de amanecer muy claro, en que todos los olores de mar recordaban la primavera, abrí la puerta del camarote y supe por los gritos de los marineros, mezclados al azar con el graznido de las gaviotas, que habíamos llegado a puerto, sin más perdida que un hombre que se arrojó por la borda para abrazar a la luna.
¿Quién reina en esta librería? Le pregunté al mar con la angustia de un niño. (Para mí todavía el mundo eran los libros..)

MADRE: Los gatos, había dicho tu padre… Que no por nada vino el ángel con su espada…

POETA: Me alejé del puerto. Todavía movido por la tormenta, que había hecho del barco un espejo bajo los pies de un borracho de cuatro noches, decidí ser fiel al impulso que encabezó mi travesía. En viejos libros amarillados que fueron mis compañeros de infancia un hombre había vencido la oscuridad con palabras y a palos, como pocos, con sueños como nadie, ya hasta masticó la noche, gramo a gramo, con sus colmillos que sabían del espanto.
Tengo que conocerlo, me dije; todo lo demás es fantasía, baratijas de la realidad, representación en un escenario de tristes mujeres que no llegan al escándalo. Dijo eso y algo más increpando al cielo, y un fino polvo de estrellas muertas cayó a mi lado, salpicó mis piernas…

MADRE: Fue una señal venturosa de los dioses, lo dice tu madre.

POETA: La muerte es tu nueva sabiduría, madre. Susúrramelo… ¿Dónde está enterrado aquel hombre de los sueños…?

MADRE: Cuéntame primero tu último sueño; un sueño que al despertar te haya encontrado húmedo, blanco y con sangre en los labios…

POETA: Un caballo se despeñaba con lentitud pavorosa desde una montaña de huesos, por encima de cruces, unas de fuego y otras de hielo, y yo me descubría en el jinete, aunque tenía cortada la cabeza… y sólo mi lengua daba testimonio.

MADRE: Mira esas nubes… ¿Ves el camino que se abre entre los dos trópicos?... La tumba de tus desvelos está en el convento de Alcalá.

POETA: Tomé un tren para Alcalá, me harté de las gallinas que revoloteaban por los vagones y del agrio olor del queso de cabra que los campesinos arrimaban a sus bocas de pocos dientes y mucho hambre de mucho tiempo, y cuando llegué, bajé limpiándome las plumas y el polvo del desierto, que rasgaba mi garganta con su pezuña de oro.
Lo que no pude sacar de mi fue la pobreza de los otros, que se hizo mía, hasta que el otro fui yo…

MADRE: La pobreza fue tu desierto hijo, un desierto sin músicas… La pobreza es el desierto de lo real, hijo… Y tú buscas lo real, hijo… desprecias las apariencias, que al menos calman Pagarás tu obstinación con tu cuerpo y con usura, lo dice tu madre, que susurra desde la muerte…

POETA: La muerte es un susurro madre que yo escucho desde niño…

MADRE: Siendo ya un hombre, ¿qué escuchas bajo la noche, hijo…?

POETA: Escucho la música de las mariposas blancas, las mariposas del alba…

MADRE: Hablas de unas mariposas de gitanos y no sabes nada de mí… Shhhh… Shhhh…

POETA: ¿Quién eres, madre? ¿Qué buscas? ¿Qué vas a decirme que ordenas el silencio…?

MADRE: Ahora soy una monja, ciega desde niña y tengo barba… La monja superiora  quiere hablarte…

POETA: La muerte lo permite todo, madre… Te apropias de cualquier sueño…
Tu voz de monja me recordó a un pájaro envuelto en llamas…
Te sigo madre por este jardín… Tengo escalofríos, madre…

MADRE: ¿Son sus plantas de hojas carnosas…? ¿Su luz de terciopelo? ¿Sus flores de cristal…?¿O no es el jardín y tiembla tu alma, que tambalea en la finitud del deseo, hijo…?

POETA: Es la forma del jardín, madre. Parece la lengua de un perro… Siento que estoy en el centro de un vacío jadeante, donde alguna vez los ángeles alzaron su morada… Lo que veo despierta el miedo, madre.

MADRE: Mírame, hijo… Soy la Priora del convento… ¿Tú, quién eres…?

POETA: Soy un poeta en su viaje, hablo por mí y por un viejo poeta que cargo con amor en mis espaldas… Pero no pesa, solo es un alma… ¿Cuándo yo sea cenizas, quién cargará mi cuerpo para no perder el alma…? ¿Qué será de mis papeles de poesía, madre…?

MADRE: Tendrás que arreglar tus asuntos con la muerte, hijo… Solo y desnudo, así te fuiste de mí… Tal vez puedas pactar con los viejos dioses, aunque temo que hayas perdido la fe…

POETA: He ganado otra fe, madre… Di testimonio de poesía, y la lluvia era un cuchillo en mi garganta…

MADRE: Ya no soy tu madre. Soy la Priora del convento, y soy negra, como la Virgen María… Sé que buscas al hombre de los sueños, traeré de inmediato su cajón…

POETA: Escucho las trompetas… Veo como se abren los cielos, arriman el cajón y lo ponen sobre la tierra… Un manto de hierbas se estremece…

MADRE: ¿Tienes lo que buscabas…? ¿Has vuelto a ser feliz, hijo? Tu desesperación por ver lo que está en manos del misterio desafía a la ceguera, hijo…

POETA: No hay ceguera en la oscuridad ni luz en el desierto, madre… La vida son palabras, la muerte es anterior al silencio…

MADRE: … El parto fue difícil. Sufrí. Sufriste. Te arrancaron con fórceps. De tan morado y deforme que estabas el Ángel de la muerte que buscaba a un niño te despreció… Siempre temí por tu cabeza… Te costó hablar, hijo, tartamudeabas, tenías la boca llena de piedras.

POETA: Me ayudó el mar y limpié con amor cada palabra, madre… Cuando hablo escupo olas… Cuando me ahogo vomito la sangre de los peces…

MADRE: Tienes pasión por el frio, hijo…

POETA: Guardo el fuego del infierno en mi cabeza, madre…

MADRE: La pesadilla se sorprende…

POETA: La pasión me guía. Es una pasión alegre, madre…

MADRE: ¿Qué harás con el cajón de la muerte que vino de los cielos…?

POETA: Lo abriré, madre… A eso vine…
Huelo el aire, una y mil veces… El cajón no tiene mal olor…
Con lo que quedó sano de mi cabeza trato de entender un mundo sin palabras; son gritos, gestos y silencios que no entiendo… Hay una puerta al final del pasillo y está cerrada… Tan cerrada que nunca será puerta… Vuelvo sobre mis pasos, respiro… respiro…

MADRE: Respira, hijo… Respira, hijo… Estás saliendo a la luz…

POETA: Respiro, madre. Hasta que el sol que no es sol, se pudra, madre…
Mis manos ya reciben sin atajos las órdenes de mi deseo y puedo abrir el cajón…
Mira, madre, el Hombre de los sueños aun empuña la espada del ángel…

MADRE: Los muertos son la soledad que se llama soledad… Ya no ven a los ángeles ni a sus espadas, hijo… Ni siquiera en aquella madrugada vi el ángel que vino por tu padre…

POETA: Ese cuerpo no es un ángel… Es un cuerpo humano, sagrado, madre…
Es un cuerpo sin gusanos, ni moscas, nada  que se espere de la carne que fue vida y se corrompe…

MADRE. Tus ojos son tu alma, hijo, bien se sabe… Debiera apurarme, siento que el día se termina…

POETA: La noche no es más que el día… y el presente dura igual que el pasado…

MADRE: Hay un pasado que tiembla…

POETA: También lo que vendrá tiembla… El futuro tiene miedo…Yo temblé en tu vientre, madre…
Se cruza una línea, apenas un soplo, y empieza el pasado…

MADRE: El pasado es agua que se seca sobre la mano…

POETA: El pasado apesta si no se mueve, madre; pero no se corrompe el cuerpo del pasado que tuvo sueños… Hablo de sueños como estrellas en la negrura del espanto… Hablo de sueños que son música  y danza ante el vacío atroz, madre… El sueño es puro movimiento, madre… El sueño es materia viva, madre…

MADRE: No todo el pasado está muerto, hijo. Lo dice tu madre desde la muerte. La muerte también tiene pasado que no le pertenece… Quiero que lo sepas, quiero poner agua en tu frente celeste, que arde y arde… El vacío que angustia a las almas no es más que un sueño…

POETA: Es tan cierto lo que dices, madre,.. Quiero descansar sobre tu hombro, madre

MADRE: Tienes mi susurro y mi recuerdo, hijo…
Soy menos que una sombra, apenas tu delirio, hijo…

POETA: Es un dulce delirio, madre…
Mira el cuerpo del hombre de los sueños, madre. El caballero de la triste figura resplandece. Cubierto de polvo y de cenizas, con su vieja armadura, como una luna de plata sobre el último cielo resplandece.. .Y en sus manos guarda un libro…

MADRE: Vuelvo a ser la priora del convento… Aunque no llevo ningún rosario… Ahí tienes frente a tus ojos las Escrituras de poesía que amas…

POETA: Son palabras humanas sobre la piel de Dios…

MADRE: Dios es tu regocijo, hijo…

POETA: También mi tormento, madre…
Puedo abrazar al hombre de los sueños, madre; o por pudor darle tan solo la mano, decirle: cenizas y polvo y allí como gloria pura volverás. Guardas la palabra eterna… La misma palabra que dice alma y dice principio del cuerpo de la vida…

MADRE: Y su luz serán también tus sueños… Lo dice tu madre.

POETA: Mira, madre… Pareciera que las sombras se abren como puertas… Pareciera que desde ese cajón de manzanas a medio llenar una mano se agita. Pareciera el escudero que desdeñó las nubes y profetiza el sentido común y hasta lo tritura con sus dientes de oro. Pareciera que el escudero es ahora un monstruo del mar, el espantoso Leviatán de nuestro miedo, e insiste en agitar su mano derecha y poco a poco se convierte en la estatua de la ley… Y la ley dice: siempre seré la muerte…Yo soy tu verdadero rostro.

MADRE: Te veo más exaltado que triste… Pienso en tu padre, que solía despertarse de sus sueños y trenzarse a golpes con las sombras…
¿Y tú, que piensas de la ley, hijo…? ¿Te imaginas acaso un mar sin olas…? ¿Una misma manzana, para todas las bocas, y que no haya crimen entre los hambrientos…?

POETA: La ley siempre está en brega con la verdad, madre… Nació para el dolor, lo demás son apariencias… fuegos de artificio.

MADRE: Las máscaras se ponen y se sacan, hijo…

POETA: Hay máscaras que de tanto estar se convierten en la piel, madre…
Sobre la tierra que hoy piso, sobre estas ciénagas donde me hundo, la ley no es mucho más que la voluntad del poder, su expresión y su ser, la naturaleza de sus actos, el castigo como necesidad, su absoluta violencia…
Siempre sospeché de la ley, desde niño, la ley era un fantasma y para no ser devorado me orinaba…

MADRE: Por eso llorabas, hijo…

POETA: Por eso gritaba, madre…
El grito fue el espejo de mi espanto y hoy es la imagen de mi sospecha… cuando le ruego al grito que me deje pensar… Me guardo el derecho a subvertir la ley; no es bueno adaptarse a la infamia… ni legitimar lo que nunca tendrá sana eternidad…

MADRE: La eternidad no conoce el cuerpo, hijo…

POETA: La ley es ajena al alma, madre…

MADRE: Sin ley la paz desfallece, hijo.

POETA: Sin verdad, la paz es violencia, madre.
Vivir para la muerte engendra la ley, madre…
Ni siquiera Sócrates, que tanto me conmueve en su alegato, me lleva a aceptar la ley como principio y fin, como absoluto sin más allá.
Mi punto de partida es la sospecha encarnada de todos los actos del poder; mi punto de llegada es el bien común, que siempre origina un vínculo amoroso, una palabra de espera en la desesperanza atroz…
No hay pasión más triste que aceptar como justo un orden de ley que hiere la boca… Eso que la conciencia rechaza y el alma aborrece… como un mandato de pura religiosidad.

MADRE: Si despiertas estos vientos nunca llegarás a puerto, naufragarás…

POETA: Todo viaje llama al peligro, madre… Lo sé desde niño… Hay un mar de belleza y de justicia, madre, voy por él…

MADRE: Nadie es dueño de su viaje, hijo… El mar es engañoso… Lo que ves azul, claro de espuma, puede ser negro, opaco… Tras lo manso está su abismo… La realidad es menos que un hechizo, allí se alzan sus olas…

POETA: Es cierto madre, mi navío galopa como un venturoso caballo, pero en su bodega bailan las ratas, madre… Ellas esperan por mí…

MADRE: ¿Lo has visto, hijo?

POETA: Una divinidad me lo anunció en un sueño, madre; pero también lo he sentido en el cuerpo: aquellos bastonazos del poder, madre… mientras leía mis poemas y se quemaban las gomas de protesta sobre el puente… El mal estaba allí madre, el mal es absoluto… La esperanza se apaga cuando sopla la muerte… Son labios muy fríos…

MADRE: Hay temblor en tu angustia, hijo. Antes te alegraste frente al hombre de los sueños. Sentiste que la muerte no tenía poder… Entonces me hablaste del bien… Háblame más…

POETA: Hablaba del bien común, madre… Si tranquilizo mi cabeza, si paro el furor de mi lengua, desde allí lo entiendo como el fruto de una armonía musical, que alcanza su delirio de hermosura, la unidad que le da vida en el acople virtuoso de las múltiples diferencias…

MADRE: ¿Qué harás entonces hijo con ese hombre diferente que te provoca tu mala pasión…? También bajó con su cajón del cielo…

POETA: No hay espuma en mis palabras… No viene del mal mi pasión, es potencia de vida; aunque la tristeza la tiña de noche siento que es necesaria… Igual que las piedras que me pesan en la boca desde niño…
Sea un idiota, un monstruo o un verdugo, dejaré a ese ser de la tierra o del infierno con la palabra en la boca; que sea silencio entre silencios lo que nació del silencio, lo que siempre se mostró como furor o engaño… Hasta que entienda lo más simple, el anuncio del aleluya: todo ser debe cultivar la belleza, cuando esgrime el derecho a su delirio allí está él, y subvertir el orden que no tiene verdad será su mayor gloria, el fruto final de su estrofa que escribe en los cielos…
Deberá saber que en la mirada de quien nos mira se sostiene el único espejo; que la realidad quieta es el concierto de la muerte; que el destino es la tierra, hay que moverla día a día, con pasión, aunque nos toque un montículo de piedras… y el cielo que nos contempla apenas sea una lluvia de fuego que no cesa…

MADRE: Es hora de partir… La mañana es un amor que jamás espera… Lo dice tu madre.
Cuida tu loco corazón. Quita las lagañas de tus ojos, tienen veneno. No caigas en el hechizo. Deja de beber melancolía como si fuera agua. Se austero también con el delirio. La palabra que no muere nunca engaña.
Mi susurro agoniza. Cuídate.

POETA: Adiós, madre… Tu susurro es mi memoria… Me voy sin saber a dónde, con un león en los talones, apurando el paso, guiado por un enjambre de colibríes en la plenitud de la tarde, sintiendo que puedo ser parte de la luz aún siendo una sombra entre las sombras…
Adiós, madre… Las aguas ya mueven el navío, y el horizonte igual acontece como una fogata…
Adiós, madre… El puerto es el mañana…Abandono en los umbrales del muelle los presagios… Los pájaros del chillido áspero ya no se escuchan…
Nada deberé temer; la luz que me dejaste no la apagará ni el viento de la muerte.
Mis cenizas también serán de vida…

Buenos Aires, Enero de 2012

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