De la Fundación el
libro a la fundición del libro.
Aportes para un debate acerca de la cultura de
feria.
Por Flavio
Crescenzi*
(para La Tecl@
Eñe)
“El peor
analfabeto es el analfabeto político.
No oye, no habla,
no participa
de los
acontecimientos políticos.
No sabe que el
costo de la vida, el precio
del poroto, del
pan, de la harina, del vestido,
del zapato y de
los remedios, dependen
de decisiones
políticas.
El analfabeto
político es tan burro que
se enorgullece y
ensancha el pecho
diciendo que odia
la política.
No sabe que de su
ignorancia política
nace la
prostituta, el menor abandonado,
y el peor de todos
los bandidos que es
el político
corrupto, mequetrefe y lacayo
de las empresas
nacionales
y
multinacionales.”
Bertolt Brecht
“Las palabras son gemas de la tribu,
reliquias muy locuaces que nos cuentan la vida.
Las palabras componen un idioma,
son la camisa azul de la serpiente
en que ondula un idioma y dice cosas.
Humanidades eran las palabras
cuando Grecia abjuraba de sus dioses,
o cuando Roma ardió en sus paganías.
Pero el hombre se va quedando solo,
catarroso entre máquinas y sombras,
silencioso ante el grito de la imagen.
Las palabras hicieron las ciudades,
las llenaron de pájaro y mercado,
mas ahora se reniega de los nombres,
el hombre de Occidente se suicida
clavándose un adverbio entre los ojos,
y tanta telegenia y tanto fierro
funcionan para nadie a todas horas
mientras un hombre triste, quizá un loco,
trabaja con primor su endecasílabo.”
reliquias muy locuaces que nos cuentan la vida.
Las palabras componen un idioma,
son la camisa azul de la serpiente
en que ondula un idioma y dice cosas.
Humanidades eran las palabras
cuando Grecia abjuraba de sus dioses,
o cuando Roma ardió en sus paganías.
Pero el hombre se va quedando solo,
catarroso entre máquinas y sombras,
silencioso ante el grito de la imagen.
Las palabras hicieron las ciudades,
las llenaron de pájaro y mercado,
mas ahora se reniega de los nombres,
el hombre de Occidente se suicida
clavándose un adverbio entre los ojos,
y tanta telegenia y tanto fierro
funcionan para nadie a todas horas
mientras un hombre triste, quizá un loco,
trabaja con primor su endecasílabo.”
Francisco Umbral
I
A fines de los años 90, en un
clima pleno de euforia y camaradería, seguramente más lírico que
insurreccional, más pasional que reformista, un grupo conformado por poetas,
docentes y estudiantes llevó a cabo, durante dos años consecutivos, la
Contraferia del Libro, un espacio de resistencia cultural desde el cual se
reclamaba a los responsables de la Fundación el Libro: entrada libre y
gratuita, posibilidades concretas de difusión para los autores jóvenes y para
las pequeñas editoriales, y un programa inclusivo de actividades, sin costo
adicional, para cualquiera de los posibles visitantes a su evento central.
De más está decir que la
Fundación intentó acercar posiciones ofreciéndole a los integrantes de la
Contraferia (entre los que, por supuesto, se encontraba quien escribe) un puesto
dentro de la muestra. Oferta que fue
inmediatamente rechazada.
Un libro de adhesiones, donde constan, entre otras firmas, las de Olga
Orozco y Federico Andahazi, gente que -en principio- integraba el gran mercado
del libro, pero que supo solidarizarse con la causa, es lo que queda
como legado de esa fantástica ocurrencia.
En su 38ª edición, la Feria del Libro ha
revigorizado su perfil mercantilista. A la consabida venta de stands y
publicidad, se le suman las jornadas de capacitación y las rondas de negocios
con tarifas internacionales, en una marcada apuesta a la mercadotecnia. La
Fundación el Libro, no obstante, se sigue definiendo como una entidad civil sin
fines de lucro.
La presencia de Mario Vargas Llosa en la
pasada edición, ya no en calidad de autor consagrado con el Premio Nobel, sino
como representante del más rancio pensamiento neoliberal, demuestra que la
Feria nunca dejó de ser un escenario político y que, de hecho, está
visiblemente alineada con las corrientes de ideas imperantes. La polémica con
Horacio González y la demonización impuesta a este último por parte de los
medios cercanos a la Fundación, no hacen sino proporcionarnos más y mejores argumentos.
La consecuencia más peligrosa del
neoliberalismo es, sin dudas, la ruptura o vaciamiento de lo que, durante gran
parte de la modernidad, había constituido el complejo entramado entre mundo de
ideas, experiencia social y actuación política. La sociedad perdió la
posibilidad de elaborar un pensamiento genuinamente crítico respecto de sus muchas
coyunturas. Es por eso que, el fenómeno “Feria del Libro”, como tópico, exige
ser abordado a partir de las problemáticas que presentan las industrias
culturales, los dispositivos “massmediáticos” y el discurso posideológico,
elementos que contribuyeron a diseñar el nuevo rostro mundial de la derecha.
II
El capitalismo de la segunda mitad del siglo
veinte giró hacia lo que el pensador francés Guy Debord denominó “la sociedad
del espectáculo”. Lo mismo ocurrió con la cultura, que se carnavalizó, en un
sentido bajtiniano, de manera inconmensurable. Fue, precisamente, el poder de
los medios de comunicación el que fue ocupando cada rincón de la trama cultural
incidiendo en la construcción de las nuevas formas de subjetividad bajo la
premisa, nunca explicitada, de darle sustento discursivo y relato legitimador
al sistema económico dominante. La aceptación pasiva de un nuevo orden basado
en el consumo modificó todos los parámetros de intercambio, la edad del mercado
neoliberal, en tanto proyecto del capitalismo, decidió asumir y protagonizar la
revolución cultural conservadora.
La Feria del Libro de Buenos Aires no es
ajena a esta dinámica. Está visto que, como agente difusor del concepto
hegemónico de cultura, es funcional a esa falsa neutralidad ideológica concebida
como lo políticamente correcto. Los escritores que en ella participan, lejos de
denunciar esta banalización del capital
simbólico, esta cosificación de nuestra profunda trama colectiva, optan por
plegarse al espíritu dominante, ofreciéndose como portavoces de las virtudes
del establishment, como simples lobbystas del mundillo editorial.
De igual modo, el público concurrente, a
excepción de algunos pocos, no experimenta su visita a la Feria como un hecho
cultural, mucho menos literario. Ignora el ineludible debate que debe afrontar
nuestra nación, dramáticamente castigada por diversos flagelos, para sobrevivir
y reconocerse en esta hora de la historia; ignora, también, su legítimo derecho
a reconocerse y desplegarse libremente entorno a un “ethos” propio.
Por esto mismo, ante las respuestas ingenuas
o agresivas propinadas desde ámbitos intelectuales de dudosa idoneidad, ámbitos
que participan de la complaciente atmósfera intelectual posmoderna, la tarea
que debemos realizar, es la de fomentar una aguda revalorización de nuestra
memoria histórica, de nuestra expresión y de nuestro destino. Y parte de esa
tarea es la reconsideración del horizonte simbólico, del lenguaje y de las
expresiones estéticas, y la intención de extraer de ellas, de sus propias
categorías, los juicios teóricos y críticos que nos permitan desarrollar una
comprensión plena de lo humano.
III
El activista que fui en la Contraferia, aún
hoy, imagina una Feria del Libro ideal. Piensa en un lugar en donde, además de
satisfacer las demandas enumeradas más
arriba, se proponga indagar en la problemática del sujeto y su expresión, en el
sentido de la poiesis, en la viva interrelación americana entre mito y relato
histórico, en el redescubrimiento de la verdad poética a la luz de la ciencia,
en la actividad del escritor como actividad filosófica, y en el valor del juego
como actividad reveladora de otras realidades.
No me parece caprichoso agregar, más allá de
la existencia de ferias y contraferias, que la reivindicación de lo latinoamericano,
el rechazo al vaciamiento cultural, la discusión de los enfoques horizontales
del lenguaje y de las artes, el desarrollo de una semiología y una hermenéutica
metódicas, la valorización de la cultura popular y de la teorización estética
del escritor, son aspectos temáticos necesarios para darle un definitivo
sentido de emancipación a la cultura y liberarla de su condición milenaria de
fetiche.
Ahora bien, antes de que este artículo
concluya, quisiera rendir un homenaje a todos los poetas de la Contraferia del
Libro. Ellos, como yo, sabían que las palabras vienen de siglos y siglos de
clemencia, que se yerguen como bestias al rechazar los lastres y que
hacen de cada automatismo un roce cargado de perfumes. Ellos, como yo, sabían
que el poeta es un humano que defiende, con toda su orfandad, con todo su
historial de salmos y crepúsculos, con toda su sangre algo que es mucho más que
humano, pero que existe, justamente, para garantizar humanidad. Ellos, como yo,
sabían que el poeta, en síntesis, es aquel buscador de símbolos eternos,
aquella necesaria bofetada dada a un mundo de apariencias.
*Poeta y ensayista
Ante tanta frivolización de la literatura, el aparentemente inevitable avance de la tinellización y la pauperización de la palabra, los poetas vuelven a dar el golpe de timón, otear el horizonte y retomar el rumbo, una y otra vez, con más canas, con el recuerdo de los compañeros que se fueron, con los nuevos compañeros que toman los relevos. Hasta la poesía siempre!
ResponderEliminarquerido Flavio me fue difícil evitar la emoción así como la vigencia del reclamo, sólo quiero corregir que hicimos la contraferia por seis años y que cada año la evocamos en Maldita Ginebra. Te felicito por el rigor intelectual de la nota y el excelso estilo de tu ensayo. Un afectuoso abrazo.
ResponderEliminarEsteban Charpentier